martes, 25 de octubre de 2011

David Trueba.


















Pocas personas pueden presumir del dudoso honor de ser nombrada, más aún renombradas, en esta sección que conocemos con la etiqueta de nombrios. Tan selecta élite, hasta ahora, está compuesta por Isabel y Begoña que tantas lecturas proponen y, de alguna manera, son las que nos han metido en el berenjenal de los libros, ebooks (no en exclusiva kindle), tertulias y blogs que tan animosa, celérica y óptimamente realiza y actualiza Amparo. Hoy tenemos el gusto de nombrar y renombrar a dos colaboradores en la sombra, porque quieren. Se trata de Manolo y Conchita cuyos insignes méritos tenemos el gusto de manifestar.













En el caso de Manolo porque no sólo es una paradoja literaria viviente: a la manera de Beethoven es un excelente músico con peculiar audición, es un apresurado (léase: que siempre tiene prisa) con mucha paciencia. Ejemplo de esto último no sólo es que ha aguantado, por mucho tiempo, la mistad del que esto escribe, sino que incluso escribe, con la pausa que esto necesita, y su hijo ha heredado esa actividad. Además es capaz de buscar virtudes donde parece que no las hay (especialmente en la comida) compensando esto en su búsqueda de defectos en las mayores excelencias. En estas últimas actividades se ha ejercitado con Saber perder.Por un lado ha disfrutado de la obra de Trueba, por otro, ha encontrado las siguientes objeciones:





Manolo nos ofrece una crítica reseña y una advertencia sobre el uso del idioma:





Acabo de terminar de leer el libro “Saber Perder”, de David Trueba, que, tan amablemente me prestó Domingo y que, quizá yo habría titulado “Resignarse a perder”. De entrada, he de decir que me ha gustado y mucho este retrato sangrante de cuatro personajes que podríamos reconocer en cualquier ciudad importante española y de su particular descenso a los infiernos, especialmente en el caso de Leandro y Lorenzo, hasta el punto de que el libro podría haber acabado incluso con más coherencia cuando a éste último le rajan las cuatro ruedas de la furgoneta en el aeropuerto y sólo atisba a decir al grupo de ecuatorianos “A ver cómo solucionamos esto” –si es que su vida tiene solución…-. Sin embargo, donde quería centrarme es en el aspecto lingüístico. Dado que uno de los personajes principales, Ariel, es argentino, el autor –tal y como admite en el epílogo- ha intentado cuidar las expresiones y giros característicos de aquellos lares, especialmente en lo referente al uso del “vos” en la 2ª persona del singular, asociado a una forma verbal que, seguramente, deriva de la utilizada en el castellano antiguo, es decir, cuando se decía:”Vos podéis ayudarme” y que un bonaerense transforma en “Vos podés ayudarme”. Hay ejemplos múltiples a lo largo del libro de este particular giro lingüístico, como cuando en las páginas 35-36, Charlie dice “vos sos vos y no podés dejar que te dirija la carrera un perdedor…”. Quizá por ello, resulta llamativo el lapsus que se comete en cuanto al uso de la 2ª persona del plural, ya que en Argentina –como en Canarias y el resto de Latinoamérica- no se emplea nunca el modo informal “vosotros sois”, sino el “ustedes son”, motivo de aclaraciones constantes cada vez que viajamos a la Península y nos sueltan la cantinela de “No nos tratéis de ustedes…”. Bien, pues, a lo largo del libro hay bastantes ejemplos en los que el autor se salta a la torera esta norma: así, por ejemplo, el Dragón, que en la pag. 319 le dice a sus jugadores: “Miren si quieren callar al público rival tengan la pelota” o, un poco más abajo, añade “De niños les decía si viajás aburrido en el colectivo…”, en la 65 suelta “lo que no sé es cómo el balón no os ha puesto una denuncia…” . En la pag. 284, cuando Ariel llega a casa en Navidad, su padre le pregunta: “¿Ganasteis el Apertura?. En la 349, Daniela, que es Ecuatoriana, al referirse a Pilar, la ex de Lorenzo, dice “Pues que no os hubiera dejado…”, aunque luego, cuando van a bailar al Seseribó, el DJ, para jalear a los clientes latinos dice “ Déjense llevar por la sensación…”. Posteriormente, en la pag. 419, cuando Ariel intercede en la discusión entre Amílcar y su mujer, dice: “Bueno, no vayáis ahora a discutir por mi culpa..” y en la 462, cuando Ronco se queja de la estrechez de su deportivo, insiste Ariel “Os lo juro, lo voy a cambiar”. Por último y rizando el rizo del despiste, en la pag. 501, cuando Lorenzo está en la iglesia adonde acudían los ecuatorianos, el autor hace especial énfasis en el acento del pastor, cuando dice: Pronunció “sivilisasión”, para, justo después, poner en su boca “si me mí dependiera os diría que la destrucción…”. En fin, sorprende que en ninguna de las revisiones previas a la publicación del libro nadie se diera cuenta de estos lapsus, lo cual no afecta a la magnífica impresión que me ha causado la tercera novela de David Trueba. Es curioso, pero el tema me recuerda, salvando las distancias, a lo que está ocurriendo últimamente en las pelis de animación que se doblan en España y donde suele ser recurrente la figura de un personaje graciosillo, con acento pretendidamente cubano, que luego te suelta: “tenéis que saber perder…” .



Manolo Fernaud.









Y Conchita ¿qué pinta en todo esto? Que debemos agradecerle, de nuevo, el generoso trato cordial, equilibrado,placentero y calmo queno todos los virgos compartimos. En ese trato se incluyen sugerencias que nos han hecho disfrutar muchísimo, como ya hemos explicado en otras entradas de Nombrios. Tanto es así que nos han permitido olvidar las tremenda petardadas que nos ha hecho leer. Entre ellas destacan dos del autor que ahora tratamos.



















En Abierto toda la noche (Anagráma 1995) de forma lineal y en el tono de la novela realista madrileña nos describía, con acertada forma autobiográfica, la vida de una familia que.....agüita...pasaba de todo y con todos. La codorniz y su amigo y contertulio Rafael Azcona lo felicitarían ya que es un humor que partiendo del costumbrismo se dispara y se disparata. Isabel y el que esto escribe disfrutaron enormemente de unas risas que no le aconsejaron a nadie y estamos esperando la que creíamos que sería serie de televisión.



El colmo fue con Cuatro amigos (1999 y Quínteto 2003). En esta obra la desmesura llega a extremos hiperbólicos. Los cuatro amigos del título recorren una geografía peninsular en un libro de viajes y aventuras que no tienen nada que envidiar a las pelis exageradas americanas tipo......mejor no recordarlas. Los malos modos, el trato machista, lo políticamente incorrecto se exponía de forma presuntuosa y gratuita. El ácrata que esto escribe echo de menos la censura y el destierro a La Luna del autor.




Cuánto me alegro de equivocarme y que personas como Conchita me recomienden libros como Saber perder (Anagráma 2008). Una novela con personajes como un futbolista argentino (con lo pesaos que son y encima futbolista con todos los personajes asociados), una adolescente en el instituto (otra más además de con las que trabajo), un viejo putañero (menos mal que hay un personaje con el que podría identificarme), un arruinado que comete un asesinato, una señora con cáncer, la señora sudamericana que cuida niños, un inmigrante con el ojo del hermano del autor Fernando........Todos estos personajes tienen en común el sentirse extranjeros a los que sólo les queda aprender a perder pero el hombre nunca puede ser derrotado, puede ser destruido pero no derrotado nos decía Hemingway quizás porque nuestro único destino es perder o destruirnos que es lo único que podemos aprender.




Una portada excelente que todavía me maravilla: una aparente foto que transmite una sensación de tranquilidad y bienestar al tiempo que inquieta, desnuda en la cama leyendo un sms en el móvil, blanco y negro como el de la mancha pintada en el pelo. Ni por encargo se podría realizar una portada tan acertada, la obra de Josep Santilari fue elegida por el propio autor.





Me parece interesante la opinión de nuestra compañera que aparece en el blog cuyo enlace está en la columna de la izquierda como la competencia.









Los infortunios de tres personajes (abuelo, padre e hija o nieta, según se mire), aderezados con las relaciones correspondientes de cada uno de ellos, entre los que sobresale Ariel, pues las mujeres de los varones de la familia, son simples anécdotas: la abuela prolonga su muerte a lo largo de la obra, es una mártir; la nuera aparece en momentos puntuales pero no la llegamos a conocer. Demasiados detalles que se repiten y no sirven demasiado para perfilar la personalidad de los personajes, por ejemplo Ariel y Sylvia (con y griega) no evolucionan, en realidad el único que lo hace es Lorenzo y no en la dirección que se puede imaginar uno al principio, atormentado por el remordimiento, no, al contrario. Sin embargo ni el abuelo ni la nieta son más conocidos por el lector aunque se suman, una detrás de otra, anécdotas y detalles sobre ellos.
El éxito efímero, la pasión incontrolada, la muerte y el sexo, los sueños hechos realidad, el asesinato sin castigo, son algunos de los posibles temas de la novela que aunque bien estructurada y con un lenguaje ágil y fresco que ayuda a la lectura, le falta ácido que la ayude a penetrar en vena.
Para mí no ha supuesto más que unas historias bien hilvanadas que me han entretenido pero no me han enganchado. Un título demasiado sugerente que se pierde en la fotografía, en el retrato. Leandro no sabe perder, está perdiendo y no se da cuenta, se refugia en caras caricias y una vez más en su vida, no se sacrifica por su mujer. Lorenzo pierde con agresividad y Sylvia no sabemos si pierde o no. La figura del perdedor ha dado muchísimos héroes, y disertaciones interesantes sobre el éxito y el fracaso, aquí nos ahorra esos momentos pero no resuelve el gusanillo que le genera al lector el seguimiento de estas historias.
Daniela es otro de esos personajes pintorescos que ayudan a sumar incognitas con su comportamiento anacrónico e incongruente, unas veces segura y otras desconfiada, ayuda a Lorenzo a olvidar su crimen pero no lo deja afianzarse nunca en su relación. Pierde un trabajo.¿No sabía perder o estaba cansada de perder?
Interesante detalle de la portada, se trata de una pintura.




Un tal Domingo opina en la sección de comentarios del mismo blog la competencia.




Un fresco coral de personajes. No siempre encontramos lo que buscamos, lo que no significa que no tenga valor lo que encontremos. La lectura es un diálogo y perdería sentido si sólo oímos lo que queremos que nos digan. No busques solistas, disfruta de la diversidad de la planicie sin picos ni profundidad. Los frescos hay que pintarlos antes de que se seque la base y en esa premura y urgencia está su gracia. Se nos presentan unos personajes que tenemos que reconstruir y que entrar a formar parte de nuestros pensamientos a pesar de lo diverso de su procedencia y de los interrogantes que nos plantean. Nos molesta la falta del ácido corrosivo que otros nos han escupido en la cara, pero disfruto del susurro desconcertado de los que no tienen ningún viaje que hacer y que están aprendiendo que la única evolución posible es ser conscientes que no somos sino lo que somos y el único aprendizaje válido es el de aprender a perder.








1 comentario:

  1. Me gusta esta idea de colocar varias opiniones. A ver si te animas en el de la competencia y activas, con tus intervenciones, la sección de comentarios.
    Mándame las fotos que no me llegó el correo.

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