sábado, 16 de abril de 2016

"Suave caricia" de William Boyd.

     Lourdes nos propone una lectura que acredita con la siguiente reseña publicada en Babelia, suplemento   cultural   de    El País     el 27 de noviembre de 2015.




Este libro nos acaricia

William Boyd seduce con una trama redonda escrita con solidez: la historia de una fotógrafa que recorre el siglo XX.




Oswald Mosley, en Londres en 1939. Popperfoto (Getty)

Ningún título más apropiado para esta novela, Suave caricia, porque eso es lo que siente el lector cuando la lee. ­William Boyd cuenta en ella la historia personal de Amory Clay, nacida al comienzo del siglo XX en una familia compuesta por el padre, un modesto autor teatral y hombre de letras que, tras la Primera Guerra Mundial, queda seriamente afectado y alejado de la familia; la madre, una mujer tradicional y de carácter, y los hermanos de Amory, Elizabeth y Xan. A diferencia de su hermana Elizabeth, que recibe estudios superiores de música, Amory, una vez que abandona el colegio, debe buscarse la vida y a ello la ayudará su tío Greville, un reputado fotógrafo de sociedad que le regala una cámara y la introduce en la revista BeauMonde.
A partir de este comienzo, Amory, una muchacha valiente y decidida, comienza a labrarse una reputación profesional e inicia un periplo por el mundo, cámara al brazo, que cubre el Berlín de los años veinte, la Nueva York de los treinta, asiste a las tropelías de la escuadras fascistas de sir Oswald Mosley de vuelta a Londres, donde es brutalmente agredida, cubre el final de la Segunda Guerra Mundial desde París y, convertida en corresponsal de guerra, acude a Vietnam en el que será su último trabajo periodístico. Después se retira a una isla al norte de Escocia y su última salida, personal, es a Estados Unidos en pos de su hija Blythe, instalada en una especie de secta. Ya de vuelta a Barradale, le tocará mirar a la muerte de cara.







La novela está toda ella escrita en función del personaje Amory y desde su punto de vista. El relato cronológico de su vida se ve interrumpido regularmente por el relato en presente de su vida en la isla a la que se ha retirado. Es un contraste bien utilizado, pues si su vida es un torbellino de situaciones, la estancia en el refugio de Barradale muestra a una persona deudora de su propia historia y ya cansada que, sin embargo, no dudará en acudir al lado de su hija en cuanto sospecha que su vida está siendo secuestrada por un grupo naturalista y aislacionista.
Si echamos una ojeada a las fechas de su vida (1908-1983), veremos que alguien que ha estado en el vientre del siglo mientras éste deglutía el fin del Ancien Régime, la ruinas de Europa, el nazismo, la Guerra Fría… y hasta la revolución hippy. Sin embargo, todos estos acontecimientos son sólo el decorado ante el que se desarrolla su vida; digo decorado y no escenario porque los sucesos históricos la afectan relativamente, ya que son su vida profesional y sus amores los que predominan mientras la historia se convierte en un telón de fondo ante el que se representan esa vida y esos amores. Sólo su paso por la guerra de Vietnam, ya en la edad madura, contiene la intensidad dramática que se echa de menos en lo anterior. Quizá porque el ego, coherentemente, ha dado paso a una mirada más amplia.
Lo que la novela gana en anécdota lo pierde en hondura. En su soltura, Amory Clay es un personaje atractivo, pero no profundo. Sus conflictos dramáticos están relatados con una escritura brillante y solvente al servicio de una historia que produce una cierta sensación de déjà vu. Pero en lo que siempre destaca Boyd es en su capacidad de seducción y en la habilidad extraordinaria para construir una trama redonda, bien contada y que se lee sin desmayo a lo largo de más de 500 páginas.
Suave caricia. William Boyd. Traducción de Damià Alou. Alfaguara. Madrid, 2015. 552 páginas. 20,90 euros.




Con lecturalia aprendemos algo del autor.
William Boyd nació en Accra, Ghana, el 7 de marzo de 1952, en una familia de descendencia escocesa.  Pasó su infancia en Ghana y en Nigeria, y fue testigo de la Guerra de Biafra nigeriana. Se educó en el Colegio de Gordonstoun en Escocia y luego estudió en las universidades de Niza y de Glasgow. Obtuvo su doctorado en Literatura Inglesa en Oxford.
Es doctor honoris causa de las universidades de St. Andrews, Stirling y Glasgow, y miembro de la Real Sociedad de Literatura británica y Oficial de la Orden de las Artes y las Letras francesa. Mientras ejercía la docencia publicó su primera novela, A Good Man in Africa (Un buen hombre en África, 1981), y desde entonces se dedicó plenamente a la creación de novelas y guiones televisivos y cinematográficos. Varias de sus obras se han adaptado a televisión.
Ha sido galardonado con múltiples premios: el James Tait Black Memorial por Brazzaville Beach (Playa de Brazzaville, 1990), el Los Angeles Times por Blue Afternoon (La tarde azul, 1993) y el Jean Monnet por Any Human Heart (Las aventuras de un hombre cualquiera, 2002), entre otros. Casado con una editora jefe de la conocida revista Harper’s Bazaar, a la que conoció en la Universidad de Glasgow, Boyd es también notorio por su excelente producción vinícola.

Quijote.

    Calola y Lourdes proponen una entrada extraordinaria que celebre y comparta nuestro gusto por la lectura recordando a Josep Pla (1981), al inca Garcilaso, Willian Shakespeare y Miguel de Cervantes. Estos tres últimos en 1616, hace 400 años (gracias socorrida Wikipedia). Lo arbitrario de los calendarios no nos quitan las ganas de aprovechar la ocasión para, tras leer una novela gráfica, disfrutar del maridaje entre pintura y literatura que, a diferencia del tópico, no sólo no condiciona sino que enriquece y genera, re-genera, nuevas visiones, en este caso del Quijote.
      La paradoja consistente en que un gráfico ocupe páginas  y nuestra imaginación en falsa competencia con la letra impresa nos introduce en la obra que es estimulante paradoja. Empezando por el género, novela de caballería, que es burlado y ofendido en sus valores esenciales para desde las mismas aventuras caballerescas genere humor en abundancia. Paradoja que nos ofrecen los personajes que a partir de una caricatura de gruesos trazos se enriquecen modificándose mediante sutiles matices que nos mueven de lo fantástico a lo realista, mostrando así la complejidad del ser humano que no es, sino que se construyen en sus circunstancias. Paradójico en el casi postmoderno diálogo del autor con sus plágios justificando así su escritura y defensa, quijotesca, de la verdad de la ficción. Pero quizás la paradoja más enriquecedora es la de un libro que nos advierte de la peligrosidad del abuso de la lectura. Creo que no es un recurso sino que realmente el consejo del Quijote es apostar por la vida frente a la lectura. Nada nos apena más que el señor que no sale ni come porque lee y lee, deseamos empujarlo sobre caballo o lo que sea y sacarlo al polvo de la vida y a los golpes de los gigantes. Me imagino el atrevido que sea capaz de desarrollar un juego virtual que invite a no jugar. Nuestra lectura no es culpable ni nos aboca a la demencia porque siempre nos faltará algo más que leer, nunca nos parecerá suficiente. Esta locura de la insatisfacción insaciable se concreta en el Quijote en la forma de admiración nunca consumada así esa obra que nos advierte sobre la peligrosidad de la lectura, en esta ocasión, no ha sido leída, o no del todo, pero en forma de paradoja, nos estimula a su lectura, o quizás no haga falta porque ya forma parte de la vida, o de la vida subrayada que es el arte.
     Paul Gustave Doré en la década de los sesenta del siglo XIX ilustró el Quijote creando los cánones de las imagines del Quijote. Calola nos lo sugiere como conmemoración de la efeméride. Su detallismo y meticulosidad contrastan con el informalismo de Antonio Saura, propuesto por Lourdes. En el S. XX Saura se inspira en Dalí y en Doré para recrear con trazos nerviosos la posible lectura del Quijote.








miércoles, 6 de abril de 2016

"¡Melisande! ¿Qué son los sueños?" de Hillel Halkin.


www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas resume este ejemplo de literatura de la honestidad y los sentimientos.

Chico conoce a chico y a chica

Narrativa extranjera. Con varios premios como ensayista, Hilel Halkin publicó a los 73 años su primera novela, sobre un triángulo amoroso.

POR VIRGINIA COSIN




Hilel Halkin

Dice el crítico francés Paul Ricoeur que “la pregunta por el ser del yo” se contesta narrando una vida. Y eso es lo que se propone el narrador de ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, la primera novela que Hilel Halkin publica a sus 73 años.
Halkin debe su nombre, Hilel, a un sabio judío nacido en Babilonia en el siglo I antes de la era común, famoso por estudiar incansablemente la Torá y, sobre todo, por su empeño en interpretarla, por desentrañar sus sentidos múltiples. Un nombre puede ser una herencia pesada y Halkin, hijo, además, de un profesor de historia judía y nieto de un rabino, emigró de su Nueva York natal a Israel para dedicarse a estudiar y escribir sobre judaísmo y sionismo en diversas publicaciones estadounidenses e israelíes. Hilel Halkin es autor, además, de unos cuantos libros sobre el tema que hicieron ruido y levantaron polvareda en los ambientes intelectuales de ambos países.
Sin embargo ésta, su primera novela, es una historia de amor. Chico conoce a chico y a chica. Chico 1 –Hoo, el narrador– admira, casi reverencia, a chico 2 (Riki) y se enamora de chica (Mellie). Pero la chica, que siente cariño por los dos, corresponde al más extrovertido, original y, también, desequilibrado chico 2 (una suerte de Seymour Glass, el primogénito de la familia de ficción imaginada por J. D. Salinger, sin la mitad de la gracia y brillantez de aquél), hasta que sus brotes psicóticos dejan de ser atractivos y busca refugio, por fin, en Chico 1, con el que se casa. Así contada, la historia se parece bastante a otras tramas ya leídas. Por contar sólo una, de aparición no muy lejana en el tiempo, La trama nupcial , de Geoffrey Eugenides.
Pero lo interesante de: ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? quizá no resida allí donde la faja que envuelve el ejemplar, con el objeto de llamar la atención de compradores, hace hincapié. Sí: es una historia conmovedora. Pero es su construcción narrativa lo que resulta llamativo.
Hoo, que ya es un hombre grande, podríamos decir viejo, y se ha jubilado de su puesto como profesor de filosofía griega, escribe desde su retiro en una isla de, precisamente, Grecia. A quien le escribe es a su amada y tejedora Mellie (como –¿casualidad?– la mujer de Ulises, Penélope), que vaya uno a saber dónde está, o si aún está o es sólo un recuerdo o un fantasma o una invención. Es decir que se escribe a sí mismo, se reconstruye, reconstruye su historia y la de un triángulo cuya materia amorosa se desvanecería si no contara con los tres vértices que lo estructuran, con los años 60, la Guerra de Vietnam, las modas espirituales y la vida académica e intelectual de la clase acomodada de Nueva York como telón de fondo.
En cierto pasaje, Hoo y Mellie conversan sobre un paper académico sobre la Oda a Psique de Keats, que ella escribió y que, según Hoo, manifiesta de forma poética lo mismo que el filósofo Hume postula de forma teórica en el capítulo “De la identidad personal” en su Tratado sobre la naturaleza humana . “Hume dice que el yo no es sino la suma de sus partes. En el fondo no somos más que una secuencia continuada de impresiones de los sentidos, sentimientos e ideas. Si no los recordáramos, no tendríamos sentido de la identidad. Es la memoria la que le da a nuestra experiencia la ilusión de continuidad que atribuimos a quien experimenta las cosas en forma independiente, exactamente igual que un espectador en un teatro atribuye la obra que está viendo a un autor”.
En esta búsqueda del yo perdido se embarca Hilel Halkin, a bordo de un texto personal lleno de ripios, saltos y superposiciones, que funciona con la misma desprolijidad con la que se despliega la memoria.
   

    Seguro que hemos tenido la intención de reconstruir nuestra vida de una forma coherente por escrito. Nos imaginamos retirados y jubilados en un paraje propicio cerca del murmullo del mar que nos ayudaría a impulsar el ritmo de la narración. Probablemente esa narración comenzaría en los primeros momentos, no de consciencia, sino de toma de consciencia de que nuestras decisiones son irreversibles y los mundos posibles paralelos serán numerosos e irrecuperables. En ese instituto se parirán relaciones que nombraremos como amistad, pero que el bautizo del tiempo le otorgarán la gracia del amor. La primera persona de este escrito se dirigiría a algunos, a uno, de estos personajes con la tristeza de la dificultad de su reencuentro. Se describirían las pérdidas, las decisiones, y aquellos miedos que las provocaron. Temores de los que huimos y que esa fuga otorgó materialidad a esos espectros. La triste soledad, escondida en cada esquina, que al tratar de esquivar convertimos en pesado gigante.
     Películas, novelas, series, poemas, canciones, ilustrarán y ubicarán unos tiempos que nunca serán ordenados y que siempre serán plurales, como el concepto de "yo" de Hume. El pretendido orden de las olas marinas se convertirá en estruendo de tempestad, en aburridas calmas, en tinieblas nocturnas y soles que tuestan cualquier posibilidad de coherencia. Porque no hay más razón que los sentimientos, ni otra esperanza que el amor: el compartir el gusto por los pequeños detalles que hacen la vida, el sentir que no merece la pena escribir nada porque sientes la felicidad de que te están tocando a la puerta.

    







lunes, 4 de abril de 2016

"Cinco esquinas" de Mario Vargas Llosa.

      Hemos alabado  las sorpresas, incluso hemos sido indulgentes con las ingratas por ampliar nuestras miras con su carácter novedoso, pero también hemos disfrutado y agradecido lo que ha correspondido con nuestras expectativas. Uno de estos casos ocurrió con Travesuras de la niña mala que tras, la que algunos (como yo e Isabel) consideramos la novela La fiesta del chivo, o el humor de Pantaleón y las visitadoras, o La ciudad y los perros, o Los cachorros, las expectativas que generaba este autor se cumplían más que de sobra. Más recientemente El héroe discreto nos proporcionaba el goce de una descripción social de un realismo que pesimista que desembocaba en la angustia de una investigación por la supervivencia de la dignidad, todo esto con unos toques de un vitalismo sensual que emergía sin darse, en principio, las condiciones para que surgiera.
        Más y mejor nos parece la incursión en el mundo del periodismo sensacionalista que supone esta novela. Este pasadizo para adentrarnos en los recovecos de la dictadura totalitaria de Fujimori nos sirve de descripción y diagnóstico de una sociedad podrida por el poder absoluto y la ambición inmoderada. Esto convierte en instrumentos de represión, coacción y control a unos currantes que se ven abocados a avergonzar y despellejar a todo aquel que pueda ser un obstáculo para la aparente paz política de una dictadura terrorífica. Hay un límite: el poder económico. Contra ese techo no se puede saltar. Lo curioso es la benevolencia con que se trata a los periodistas, artistas, e incluso a los que ostentan el poder económico controlando las materias primas, construcción, medios de comunicación... con una ingenuidad sin más consciencia que la del peligro de los secuestros por los grupos terroristas, miedo que se diluye en el lujo de Miami. Lo acertado de la descripción y la humana empatía nos hace, gracias a la magistral prosa de Mario, sentir la vida de un pordiosero recitador demente, de un ingeniero entrampado en un escándalo sexual, un abogado con los ojos cerrados, sus mujeres hedonistas...como propias y apuntarnos al carro fácil de lo cotidiano sirviendo de bruma que nos evita tener una perspectiva más amplia y estructural de los problemas económicos y políticos.
         La lectura de Vargas Llosa continúa siendo un grato placer que compartimos personas cercanas y millones de lectores. Su análisis sociopolítico(incluso discrepando sobre las posibles actuaciones) lo realiza mediante una prosa fluida y de agradable lectura, incluso al describir situaciones angustiosas e injustas, condimentada con crecientes dosis de intriga policíaca y erotismo.