domingo, 20 de noviembre de 2016

"Nada" de Janne Teller.

    La tertulia amiga ya no nos sorprende, ni siquiera con sus sorpresas. La que nos ocupa cuesta refenciarla: unos dicen que se emparenta con el Señor de las moscas de William Golding, otros con el Emilio de Rousseau, sin desdecirlos me recuerda al planteamiento inicial del Barón rampante de Italo Calvino. Lo que sí está claro es que a partir de esta lectura tendremos un nuevo hito que nos servirá para situar nuestra próximas lecturas.

Babelia, de El País, nos presenta la obra así:



La miseria y la nada

Janne Teller trama un artefacto narrativo irregular literariamente, pero eficaz en su cometido de reclamar del lector una actitud crítica frente a la violencia o la intolerancia.

Ya con el libro en sus manos, el lector verá en la solapa una foto de Janne Teller y la breve reseña biográfica al uso que, en este caso, aporta más información de lo habitual, ya que su área de especialización profesional antes de dedicarse a la literatura (la gestión de conflictos) y los lugares donde ha vivido y trabajado para organismos internacionales (Tanzania, Bangladesh y Mozambique) son datos de especial relevancia a la hora de entender la estructura y concepción de la novela. La prevención y gestión de conflictos son una rama relativamente joven de la acción exterior, a caballo entre la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria, que se propone analizar los escenarios políticos para detectar semillas de violencia y atajar posibles guerras, éxodos o genocidios. Y al igual que sucede con la cooperación, se trata de una disciplina que pretende a duras penas encajar la realidad en marcos lógicos, metodologías, planes de acción y escenarios teóricos que a menudo son desbordados por los acontecimientos.
Resultado de imagen de nada janne tellerEl lector que se encuentre en su librería habitual con la edición española de Nada no hallará en la portada ni en la contraportada ninguna pista que le pueda llevar a pensar que es una novela originalmente escrita para adolescentes. Tampoco es el primer caso de literatura juvenil que conquista al público adulto, se propaga de boca en boca y se convierte por mérito propio en una novela para lectores de todas las edades. Pero Nada va un paso más allá: su temática es tan arriesgada y su tratamiento tan crudo que ha ido sembrando la polémica a su paso, ganándose admiradores y detractores cuyas disputas en torno a la visión descarnada que proyecta la obra han acabado lanzando a la fama a su autora.



Nada

Janne Teller
Traducción de Carmen Freixenet
Seix Barral. Barcelona, 2011
158 páginas. 16 euros
Resultado de imagen de nada janne tellerQuizá debido a una feliz deformación profesional, Teller ha trasladado al terreno narrativo el rigor conceptual de este enfoque para abordar problemas tan actuales como la intolerancia, el proselitismo, el miedo colectivo o el fundamentalismo, hasta cerrar un artefacto de ciento cincuenta páginas que al lector descuidado le puede explotar en las manos. Y es que el argumento prende como una mecha ya desde el arranque, cuando un alumno abandona su escuela en un pequeño pueblo danés exclamando: "Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo". Empeñados en demostrarle que la vida tiene sentido, sus compañeros emprenderán un juego de pruebas y sacrificios que les irán precipitando en una espiral demoledora. Vale que los personajes se le quedan a Teller un poco huecos y acartonados, que la secuencia de los hechos es poco verosímil, que la prosa peca de una simplicidad extrema y las técnicas narrativas para generar suspense tienen escaso valor literario. Pero a medida que uno avanza en la lectura y va asistiendo a esa escalada de violencia que conduce a escenas cada vez más truculentas, también va entendiendo que su objetivo consiste en reclamar al lector una actitud crítica y despierta. Después de todo un planteamiento tan esquemático es propio de esa "novela de ideas" que ya Voltaire cristalizó con su Cándido, donde los personajes encarnan modos de ser o actitudes, y la acción sirve de cauce para un proceso reflexivo que saca a la luz cuestiones políticas o filosóficas de gran calado.
Es a través de esta vía, y no del estilo o la trama, como Nada logra lo que casi toda obra literaria se propone: conmocionar al lector, estallarle en la conciencia y dejar una onda expansiva que se prolonga durante días, incitándole a reflexionar sobre temas que no se explican fácilmente en una columna de periódico o una cuña del telediario. Pero ante todo, al ofrecer un espejo que no devuelve una imagen precisamente grata del ser humano, impone una obligación moral que afecta por igual a jóvenes y adultos de los países supuestamente desarrollados: la necesidad de anteponer la autocrítica a la autocomplacencia cuando nos permitimos juzgar lo que ocurre en otras sociedades sin preguntarnos hasta qué punto somos responsables de la miseria ajena, y en qué medida la llevamos dentro.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2011


 La Vanguardia la presenta de esta forma:

"Nada", de Janne Teller: ¿dónde está el límite?



"Nada", Janne Teller Seix Barral (Barcelona, 2011).
Aparentemente, este es un cuento para niños (o para adolescentes, como comenta la autora) pero, a medida que la narración avanza, entenderemos que el extremo de crueldad al que se llega en sus páginas es sólo apto para adultos. Pierre Anthon decide subirse a un ciruelo y pasar allí los días cuando descubre que la vida no tiene sentido y no vale la pena hacer nada, ni esforzarse por nada porque, finalmente, es esto lo que significa todo: nada. “Todo da igual” –dice él- “Existir no merece la pena en absoluto”. Sin embargo, los compañeros de Pierre Anthon (alumnos de séptimo curso) tendrán una misión: demostrarle que sí hay cosas que importan. Ellos le harán bajar del ciruelo. Así que, se proponen un objetivo: crear un “montón de significado”, es decir, una acumulación de objetos que tengan un especial valor para ellos y que prueben a Pierre Anthon como existen cosas por las que vale la pena vivir. Estos objetos podrán ser tales como un antiguo casete de los Beatles, libros releídos de Dungeons & Dragons o un balón de futbol. La narradora de la historia (Agnes), por ejemplo, deberá donar sus sandalias verdes con plataforma al montón; pero lo hará por una buena causa.

Hasta aquí tenemos el cuento para niños, que parece coherente y, podemos predecir, acabará con final feliz; Pierre Anthon se dará cuenta de su error. Sin embargo, se presenta un momento en la narración  en  el que los objetos que van a parar al montón adquieren un matiz de significado distinto, con una mayor nivel de importancia. Se empezará con “objetos vivientes” -como el hámster de Gerda- pero se continuará con otros como tumbas profanadas, animales decapitados o partes del cuerpo mutiladas. Es en este momento cuando el cuento da un giro hacia la pesadilla, pudiendo provocar, incluso, la incomodidad del lector, pero nunca dejándole indiferente.

Cada personaje simboliza un aspecto de la sociedad, siendo el piadoso Kai el representante de la religión cristiana, así como Hussain el de la musulmana. La necesidad de encontrar sentido y “el significado” hace que los personajes vayan olvidando, paulatinamente, los rasgos que los caracterizan y que los hacen únicos en representar un carácter determinado y se vayan obsesionando en esta búsqueda que les hará olvidarse de ellos mismos y los llevará a la perdición, saltando por encima de sus antiguos valores o principios (que ya, como niños, tenían). Empiezan a hacer trampas y organizan estrategias para no realizar las tareas que les son adjudicadas en el grupo y así, poco a poco, van perdiendo la inocencia que les protegía de la crueldad del mundo que, finalmente, experimentarán en su propia piel. Se despierta la parte oscura que existe en el interior de cada personaje y se afirman barbaridades tales como: “Lo que iba a acontecer era un sacrificio necesario en la lucha por el significado” (p. 107)

A partir de aquí, surgen las preguntas filosóficas que se plantean en este cuento, cuando la obsesión por encontrar esta verdad (como muchos de los pensadores de todos los tiempos la nombrarían) se convierte en el último fin de los alumnos de séptimo; llevando a algunos a perder el juicio y a otros a pavonearse –creyéndose famosos o importantes- cuando críticos de arte, museos y shows televisivos americanos se interesan por su “montón de significado”, llegando a considerarlo una obra de arte que trata sobre el sentido de la vida y valorándolo con una suma elevada de dinero. Aquí observamos el sinsentido que a veces puede provocar la exagerada búsqueda de sentido; llevando incluso a la muerte, las guerras entre distintas religiones (que se pelean por poseer la exclusiva de esta verdad) y generando el odio entre unos y otros, provocado siempre por esta incógnita última de todos los tiempos que la Humanidad se ha ido planteando, era tras era. ¿Cuál es el significado? O, mejor aún, ¿dónde está el límite?

martes, 8 de noviembre de 2016

"El bar de las grandes esperanzas" de JR Moerringer.

A veces hemos dicho este libro me reconcilió con la lectura o esta novela convirtió mi insomnio en algo agradable, pero muy pocas veces me he emocionado con el placer de la lectura de un libro fuera de lista como este. No lo conocía y le debo el gusto a María José que ni me lo sugirió, sino que mi curiosidad picó en su lectura. Lenni me comenta el placer que también le supuso a ella.
A falta de terminar de leerlo re-publico la presentación hecha por El País.

Un hombre entra en un bar y…

El premio Pulitzer J. R. Moehringer, autor encubierto de las celebradas memorias de André Agassi, publica una gran novela autobiográfica sobre masculinidad y locales de copas







“¿Qué es lo que hace a un hombre? ¿Es estar preparado para hacer lo correcto a cualquier precio?”, le preguntaban al Nota en El gran Lebowski, a lo que el héroe respondía: “Fijo. Eso y un par de testículos”. El bar de las grandes esperanzas, primera novela del premio Pulitzer J. R. Moehringer, busca responder a la misma pregunta de un modo distinto. Pues este es un libro sobre hombres y bares. Sobre amistad, borracheras, resacas también, sobre sentimiento de pertenencia, y tristeza persistente y rabia heredada, y cómo vencer ambas. Una novela que habla de familias, padres e hijos, madres e hijos, lazos de sangre, ritos de pasaje y amor, y ruptura y grandes gestos atemporales, y las cicatrices que arrastramos. Pero ¿sobre todo? Hombres y bares.
Un bar, para ser concretos: el Dickens (rebautizado Publicans), de Manhasset, en el Estado de Nueva York, poblacho “famoso por dos cosas: el lacrosse y el alcohol”. Ese bar es el hogar adoptivo de un hombre: JR, que es lo mismo que decir J. R. Moehringer, porque se trata de un libro autobiográfico. Cuenta algo que sucedió de veras, aunque esté idealizado y romantizado, y digo ambas cosas como elogios (por supuesto). El bar de las grandes esperanzas es a las tabernas lo que The Wanderers, de Richard Price, fue a las pandillas de delincuentes juveniles: la versión poética, llena a rebosar de mito e idealización fatalista.
El recuerdo de lo que sucedió según lo contarían unos cuantos dipsómanos grandilocuentes con el trasero cosido a un taburete. No es que Moehringer no diga la verdad, ojo. Es solo que el autor, como decían de Nik Cohn, “nunca deja que la verdad estropee una buena historia”.


El autor, como decían de Nik Cohn, “nunca deja que la verdad estropee una buena historia”
Esa historia es fácil de resumir: JR es un niño neurótico y sensible con “padre ausente. Madre cansada. Tío turbio. Abuelos tristes. Un apellido raro que suscitaba burlas y confusión”. Ese chaval anda desesperado por hallar una familia, un hogar, “y hombres. Sobre todo hombres. Los necesitaba para que me sirvieran de mentores, de héroes, de modelos a seguir”. JR halla a todos esos hombres en el Dickens: a su tío Charlie; al ente-casi-divinizado que es el dueño, Steve, y también a Colt, Joey D, Bobo, Cager y Poli Bob y los demás.
JR narra el paso de púber adoptado por una pandilla de borrachines a borrachín himself (su “evolución de niño a bebedor”), el descubrimiento de que su padre (locutor radiofónico, o La Voz) es un hombrecillo violento y mezquino, la relación con su madre, las cuitas universitarias y sentimentales, su peripatético paso por The New York Times y, sobre todo, cómo aquel zagal dañado va haciéndose hombre.





Moehringer relata todo ello con emoción, humor, enorme empatía y un prodigioso oído para el diálogo de bar. Además de un palpable amor por todos aquellos charlatanes sedientos con almas amoratadas que se aferran a muerte a sus alcohólicos ritos, vínculos y chanzas. Porque, como dijo Harry Crews, todo aquello “era la forma que tenía un hombre de recordarles a los demás hombres quiénes eran”. Fulanos incapaces de decirse que se quieren los unos a los otros, pues, afirma categóricamente Moeh­ringer, “entre hombres, aquellas cosas solo podían decirse en un bar”. Pájaros que saben que una cierta tristeza “formaba parte del arduo trabajo de la masculinidad” (porque, en efecto, la masculinidad es una faena extenuante).
Si alguien ha capturado a la perfección todas esas bravatas, e inseguridades, y cariño, y telepatía masculina (“los hombres del Dickens nunca explicaban”), y melancolía, y escudos que se levantan, y no-verbalizar-jamás-la-propia-pena, ese ha sido Moehringer. ¿La gran ironía final? JR acabará descubriendo que “todas las virtudes que yo asociaba a la masculinidad —dureza, persistencia, determinación, fiabilidad, honestidad, integridad, agallas— las ejemplificaba mi madre”. Pues claro.
He aquí un libro que les emocionará hasta obturarles la tráquea. De lo mejor que he leído en mucho tiempo.
El bar de las grandes esperanzas. J. R. Moehringer. Traducción de Juanjo Estrella. duomo. Barcelona, 2015. 460 página. 19,80 euros.










"Tres días y una vida" de Pierre Lemaitre.

Lourdes nos recomendó Nos vemos allá arriba, pero creo que no le hicimos caso. Tras ver su serie negra publicitada en la televisión se me abrió mi apetito policíaco, aún no saciado. Pero hoy, en Cajacanarias recomiendan, no es la primera vez ya que en PG2 también lo hicieron, este librito híbrido de géneros, corto de páginas y prometedor por lo sugerente del conflicto describe tras tres saltos en el tiempo.

domingo, 30 de octubre de 2016

"Me llamo Lucy Barton" de Elyzabeth Strout.

      Cajacanarias en su cilco de cine, Página 2 en la televisión y varias recomendaciones más no fueron suficientes para iniciar la lectura de este libro. Sólo la recomendación de Lourdes y el consejo de MaríaJosé me decantaron a utilizar mi tiempo en esta lectura. Y su lectura me ha puesto sobre el teclado para manifestar mi opinión antes de que se diluya como todos nos diluiremos. 
         De disoluciones trata el libro. No de las químicas, ni de las biológicas (varias muertes y enfermedades son descritas con elegancia) sino de las disoluciones en vida. De todas aquellas vidas, de todas nuestras vidas, que no son, no llegan a ser, o no son todo lo que pueden ser por motivos variadísimos: físico, machismo, homofobia, inteligencia, complejos, inmigración...pero que muchas veces se resumen en una que es la causa económica. Salió de la nada. ordinaria, no tine estilo...son términos que en esta novela se desacreditan como descriptivos y los deja en la denudez de la segregación y rechazo que muestran. 
             La metáfora de la competición no debería sino ser eso: una metáfora. No competimos sino en algunos y limitados apectos de nuestra vida. En ellos el deporte, que no es sino un juego, puede servirnos de ejemplo. En el resto somos producto de la colaboración y si de algo disfrutamos es de formar parte activa y reconocida de una colectividad que empieza por el próximo. En ninguna competcición se termina ganando, siempre se acaba perdiendo, la enfermedad y la muerte son la única realidad que no podemos esquivar. Podemos eludir el dolor y el pesar precisamente por la consciencia de la finitud que da valor al presente. Nuestros miedos nos llevan a atrincherarnos en la seguridad de la normalidad de nuestra mísera riqueza. Los muros del dinero no nos dan seguridad porque no la hay ni la habrá pero nos hacen creernos mejor que los demás, que algunos de los demás, consuelo de tontos que no es sino un mal de muchos. La inteligencia, la fuerza, la habilidad.... de igual forma que el dinero o el prestigio no son sino esas pequeñas tretas que nos permiten continuar en la brecha de una lucha sin sentido por lo que nunca lograremos.
        Las manchas de negro en los dedos por el trabajo no nos pueden impedir vivir el gran amor, o el pequeño amor de descubrir el placer que podemos compartir. Y si no es así ya tendremos la literatura para ajustes de cuentas y penitencias preñadas de futuro. Recuerda el caso póstumo de Chirbes. De igual forma esta obra de Strout hace el mismo ejercicio, sin el hedonismo mediteráneo, que en su momento hizo Milena Busquets. En los tres casos tenemos la reconstrucción de un pasado, desde un presente apenado, ajustando cuentas con uno mismo y con los demás en la búsqueda imposible de lo que echamos en falta haber hecho, que se resume en QUERER. Querer y manifestarlo, con mayúsculas y con minúsculas, sin excusas ni atenuantes. Pretender responsabilizar a los otros de nuestra incapacidad para querer y por lo tanto ser felices, es como achacar la culpa de mi delgadez a alguien que muere de hambre. La felicidad, como la inteligencia, no es un producto individual sino un reflejo que captamos en los demás. Seguro que ya no admiramos la inteligencia arrogante del erudito que deslumbra como un sol, en cambio disfrutamos de la inteligencia de aquel que nos hace sentir útiles y vemos ese reflejo como una luna que ilumina pero no ciega ni achica. Lo mismo con la felicidad que sólo puede ser producto del querer, del preferir el bombero al bombardero, un buen polvo a un rapapolvo y la revolución a las pesadillas. 
      Pesadillas recurrentes de que los nazis se levan a tus hijos, como las tuvo la protagonista-narradora. Reflejo del cariño que  no les podía transmitir. Sufrimiento compartido ante el tormento, de baja intensidad pero tormento, que inflinge la psicoanalista, desde su conocimiento, a la escritora-enseñante que sufre por no tener respuesta de sus alumnos. O el de pensar que sigue con su marido, con la familia que formó, a pesar del divorcio y nuevo matrimonio de ambos. Parece que todo esta inquietud procede de sus limitaciones para expresar sus sentimientos producto de su origen (sin más calificativo). Me pregunto si no será una manera de eludir la responsabilidad de las propias decisiones ese psicoanalista recurrir al pasado, a la infancia,  las ausencias y miedos originarios. En cualquier caso parece que es una fuente literaria, aunque siempre se cuente la misma historia, que no se agota ni nos agota....De estos libros quiero más.


     Ayer vatimos records de asistencia a una tertulia. Domingo, Lourdes y María José (Tomás se excusó por gripe) no consideramos la lluvia y el frío como inconvenientes para vernos en el Deboca. La presentación de la comida resultó de lo más curiosa y se me instó a que fotografiara las pequeñas escenografías comestibles.Así empezamos con unas tarjetas comestibles, obleas, con miel de trufa. Una misteriosa caja ocultaba un paté de hígado con crema de queso. Una fuente de apariencia oriental nos portaba unos panecitos, bao, con cordero a la mostaza. El ceviche con helado de mango sorprendió. Acabamos con tartar de salmón con aguacate. El vino fue La perra gorda procedente del bierzo. Los mantelitos nos mostraron una imagen de la isla de Tenerife en la que con humos mostraba los tópicos. La cuenta nos llegó en su respectiva caja, 21 euros con propina de los que Lourdes no debió pagar 6 que correspondían al vino que no bebió. Se lo pagaremos en la próxima comida.
     Como es de desear, a pesar del escaso número de asistentes, no existía un parecer unánime y el disfrute de esta obra mostró diferentes grados. Así María José dijo que la había disfrutado mucho, Domingo se mostró de acuerdo, pero Lourdes consideró que la simpleza era lo que predominaba en la novela. Domingo insitió en cómo lo había emocionado, en especial cómo transformaba el desapego, incluso el desprecio, en cariño; pero nunca utilizándolo como excusa ni siquiera como atenuante, para realizar acciones parecidas de las que huía, la protagonista-narradora. Lourdes insistió en las sugerencias hechas a partir de las elipsis, en especial referidas a las relaciones de la protagonista con su padre y su pareja, en cambio, se explicaban el resto de las relaciones sin eludir detalles dolorosos, como en el caso del hermano. María José veía la situación de los personajes en el presente como consecuencia del las acciones sufridas en el pasado, no únicamente explicables por la pobreza. El rechazo a todo tipo de desprecios, no sólo debidos a la aporafobia, se mostró claramente con la escena descrita en que la psicoanalista  pretendió acallar a la escritora en un curso dándole a entender que sufría de un mal que la limitaba. Este es un ejemplo de juzgar a los personajes que no ejerce con otros de clara brutalidad o poco cariño, como el padre o la madre. En todo caso miostrar, de forma pretendidamente aséptica, los hechos ante los que no nos queda otra opción que sentir rechazo. Ejemplo de esto es el paseo que le hace sufrir el padre al hermano, o el rechazo de la llamada telefónico a cobro revertido de la madre.
      La actualidad política se manifestó en entender cómo Donald Trump pudo ganar unas elecciones presidenciales. La brutalidad unida o debida a la pobreza parece que justifica salidas políticas vengativas y pretendidamente justicieras. Opciones excluyentes a las que sólo la educación parece que pueden frenar.

        Tras el comentario sobre peso, salud y demás boberías Lourdes propuso el novelón Patria de Fernando Aramburu. Domingo replicó que le parecía una novelota del S.XIX y que él prefeería El bar de las buenas esperanzas de JR Moeringer. Tras la correcta discusión nos quedamos con Patria, entre otras razones por su valor diáctico respecto a nuestra historia reciente y por no haberla leído ninguno.


 


miércoles, 12 de octubre de 2016

"Trabajos del reino" de Yuri Herrera.



Trabajos del reino, de Yuri Herrera

Trabajos del reino, de Yuri Herrera
La Tarántula, agosto de 2015

Querido A… No sé si aún te mantienes fiel a La Ley que rige en nuestro medio, ley no escrita (oh, paradoja) y de artículo único que nos obliga a leer exclusivamente a autores viejísimos o muertos. Cabe informar a visitantes y profanos que se trata de una norma dictada por el puro sentido común (de ahí que no precise redacción), y que garantiza nuestra supervivencia como autores a la vez que vela por la salubridad general del hábitat que, mejor o peor, cohabitamos; norma, pues, fundamental que sólo ocasionalmente se relaja para incorporar a nuestra dieta lectora alguna que otra tolerable frivolidad, alguna chuchería ligera como la que suponen escritores vivos y más jóvenes que, en todo caso, deberán contar con la ventaja haber nacido antes que nosotros, por si acaso… Todo autor que crea en sí mismo y no busque suicidarse ignora firme y soberanamente a los autores de su misma generación, por lo que pueda pasar. En cuanto a los más jóvenes, en el caso de que exista alguno, son condenados genérica y sumariamente a un ostracismo sin redención, y arrojados tras un muro de silencio e ignorancia impenetrable a sus balbuceos, a cualquiera que sea su burdo protolenguaje. Es así, cualquier autor riguroso y autoexigente sabe que detrás de él no hay nada porque no puede haberlo: detrás de nosotros y nuestra escritura, sólo silencio y rechinar de dientes, sólo la barbarie o ni eso, el mundo devuelto a su perfecto silencio original…
El narcocorrido, un nuevo mester de juglaría. (Ilustración de Matt Taylor)
El narcocorrido, un nuevo mester de juglaría
(Ilustración de Matt Taylor)

Esta ha sido, querido hermano, nuestra fe y nuestra norma desde el instante primigenio y sobrecogedor en que movimos los dedos y floreció un mundo fabuloso de imaginación y tinta azul: entonces comprobamos que el mundo existía sólo porque nosotros lo creábamos, porque lo amamantábamos “hilo a hilo”… Y comprendimos con orgullo y solemnidad la grave responsabilidad que asumíamos, la importancia capital de nuestra tarea, pues si se interrumpía el baile de nuestra mano sobre el universo vacío de la hoja, retornaría el vacío, la oscuridad blanca y plana, el infierno tan temido del no-ser.
Yuri Herrera, con su libroTal fe en nuestro protagonismo indiscutible y creador es un edificio enhiesto y flamante que alegremente se yergue en el cenit de nuestra fuerza vital; una erección que, claro, con los años va perdiendo lustre y firmeza, y sin remedio vemos cómo merma y se inclina, se arruga, ay… Quiero decirte que pasan los años y vamos abriendo los ojos a esta realidad espantosa e intolerable: la realidad prosaica y notarial que nos informa de la existencia de autores más jóvenes que, la verdad, tampoco lo hacen del todo mal. De tan cruda manera comprendemos que si nuestro mundo arde o enmudece o salta por los aires, no pasa nada porque en el mundo hay más y mejor y de todo, vaya por Dios.
Así hemos llegado a saber de Yuri Herrera, insolente que osa haber nacido en 1970 (¿de qué va?) y que en 2004, esto es, con 34 años, estampó su soberbio copyright en Trabajos del reino, la bella y admirabilísima historia que te envío y que resulta ser su primera novela.
Te diré que me he aplicado mansamente la cura de humildad, que hasta he disfrutado casi como cuando era un muchachito y empezaba a descubrir el placer intenso y G R A N D E que guardaban para mí —sólo para mí— esas criaturas tan extravagantes y adorables, los libros.
Yuri Herrera toma de su México natal el barro elemental de su ficción, que es el narcotráfico y la violencia sádica y delirante que lo sustenta. Habla del chancro de crueldad que cubre la faz de ese México suyo inconcebible y, de todas las maneras en que podría hacerlo, elude las más obvias y opta por la ficción alegórica, renunciando casi por completo a las referencias directas a “la realidad” y convirtiendo su historia en algo muy parecido a una fábula, casi en un cuento de hadas, inteligente maniobra que amplía el alcance y la universalidad de su arte, además de su valor estético.
Reducidos a su función elemental dentro de la trama, los personajes que articulan esta historia no tienen nombre porque no lo necesitan y son de forma simple y suficiente el Rey, la Bruja, el Heredero, el Gerente, la Niña, el Doctor, el Peligroso, la Cualquiera… Y maridándolos a todos en este relato colorista y brutal, entrañable y bárbaro y poético, el protagonista absoluto, que es —claro— el Artista… Herrera sabe o intuye con acierto que un artista sólo puede estar hecho con pegotes, esto es, con claroscuros, matices y contradicciones, y por eso su Artista es excepcional en un teatrillo en el que todos los demás personajes no son ni necesitan ser nada más que lo que indica su nombre: un rey, una bruja, un heredero, una cualquiera… Criaturas de una pieza como las figuras del ajedrez, pues con eso le basta y le sobra a un autor para contar su historia y para meter en ella todo lo que tiene que tener una historia si la queremos resultona y pintiparada, además de eficaz y perdurable: maldad, erotismo, ambición, cobardía, avaricia, brutalidad y buen gusto, más o menos lo que tienen todos los cuentos de hadas y lo suficiente para que podamos seguir contando y escuchando historias hasta que llegue el soplido que barra nuestra especie.
Portada del libro en Editorial PeriféricaY para hablarte un poco del libro y no sólo de mis cosas, te diré que el reino aludido en el título es el que gobierna el capo a cuyo servicio entra el Artista con la crítica misión de cantar y propalar su grandeza, pues qué sería de los reyes y de sus reinos sin bardos que les hagan el retrato para la posteridad, sin juglares que glosen y divulgen verso a verso la gesta de sus feroces batallas, sus vastos dominios, sus incontables riquezas, su crueldad inefable ante el enemigo y su afecto y su generosidad también ilimitada para con los que le son fieles. Un rey desprevenido podría creer que incorporar a su plantilla a un juglar sería un capricho y una frivolidad; podría suponer que en el fastuoso decorado que es cualquier palacio, el poeta sólo sería un elemento decorativo y accidental, prescindible y menor. Pero todo rey bien informado sabe que, muy al contrario, la pieza clave de su reinado es justamente ese tipo esquivo y resbaloso que se ocupará de contarlo, de cantarlo; de fijar y divulgar su obra y su figura conforme más conviene que se hagan estas cosas. Por eso los reyes se rodean de poetas, de pintores y músicos, y los controlan y alimentan con el mismo celo con que controlan y alimentan a sus sabuesos o a su yeguada.
En cuanto a los trabajos a los que se refiere Yuri Herrera, entendemos que son dos básicos los que ha de despachar el Artista y cualquier artista, el Hombre y todos los hombres. El primero es un trabajo absurdo y necio, innecesario e idiotizante, un trabajo sucio y vil propio de siervos y de imbéciles, que consiste en adscribirse a una fe ajena y ciega, a un credo con el que identificarse y por el que estar dispuesto a batirse más o menos hasta morir. El segundo, contraparte del primero, es un trabajo doliente y hermoso, largo, complicado y absolutamente necesario, aunque casi nadie lo afronte; un trabajo iluminador y noble, que nos cimenta y construye y eleva, trabajo costosísimo que consiste en descreer, es decir, en desprenderse de la venda podrida de la fe y abrir los ojos, sacudirse la segunda piel que es cualquier credo y permitir que el sol y la lluvia, el aire y la libertad bañen nuestro cuerpo entero y bello y desnudo, y ya de paso que empezamos a sentir, empezar también a pensar pero por cuenta propia, con ideas propias y no prestadas.
El reino puede ser una religión, una mujer, una profesión; una ideología, una fantasía, una peña taurina. Etcétera. Los trabajos consisten en sostenerlo, primero, y dinamitarlo después. Trabajos que casi siempre quedan incompletos, ya te digo, pero sólo así crecen los hombres, sólo así dejan de ser niños-artistas al servicio de un rey caprichoso y déspota, quienquiera que sea. Sólo atravesando los páramos de la decepción y el des-engaño podremos ganarnos la palabra y nuestro nombre, como se lo gana en Trabajos del reino el Artista, que se llama Lobo y es manso y leal hasta que se descubre fiero y nómada, salvaje y libre.
Arrumbado el mito ajeno y falaz, querido amigo, ya es posible el reencuentro con la realidad auténtica y personal. O bien: sólo hallarás tu propio camino cuando abandones el establo de la fe, que en tu ceguera podría parecerte un palacio. Creo que sabes bien de qué te estoy hablando.
Recibe mi afecto viril y un cálido abrazo en este fin de verano súbito. Septiembre también es el mes más cruel.
Tuyo,
Alberto



Recuerdo canciones que son relatos. Historias breves pero redondas en su planteamiento nudo y desenlace. Cuentos realzados por la música. Las 4 y 10 de Aute, La tormenta cantada por Javier Krahe de George Brassens, los personajes de las canciones de Serrrat...
Con más facilidad recuerdo canciones que son crónicas, crónicas poéticas de sucesos y acontecimientos que forman historias e historia. Bob Dylan, con su reciente Nobel parece un buen ejemplo de esto.
También disfrutamos de poesía cantada tras ser escrita con el propósito aparente de ser sólo leída o recitada. Sabina alterna ambas vertientes de este arte.
Pero pocas veces leemos una novela que parece que tiene una música propia. Con este relato largo afinamos el oído de la imaginación para poner una banda sonora a esta historia de subidas y caídas, de delincuentes encumbrados y traicionados, de cortes y del juglar que a diferencia del cantautor se vende a quién le pague ensalzando su historia. Algunos capítulos parecen asumir claramente la forma poética de una canción, mientras que otros toman la forma de narraciones lineales, siempre con la música de fondo. Los narcocorridos sugeridos con las historias de los crímenes, amoríos y traiciones subrayan la letra escrita con una sinestesia que enriquece esta obra mostrándonos que el arte es un fenómeno multisensorial.