lunes, 28 de abril de 2014

"Años luz" de James Salter.

Marcos Ordoñez nos muestra su admiración por James Salter en  El País. Nos invita a leerlo, con especial mención a la novela de la tertutulia

Año luz.

Dios bendiga a James Salter.



22-11-2012 Marcos Ordoñez.
A menudo se dice que un gran escritor no puede pasar inadvertido. Es mentira. Entre innumerables ejemplos refulge el caso de James Salter, a quien el reconocimiento le llegó cumplidos los setenta. Cuesta de creer que libros tan extraordinarios como Años luz o Juego y distracción tan solo vendieran unos pocos miles de ejemplares en la inmensa Norteamérica, y que todavía se hable de él como de un “escritor para escritores”, eufemismo para indicar que solo interesa a cuatro gatos. Salter comenzó a ser mínimamente conocido por sus dos libros de cuentos (había cumplido los ochenta cuando publicó el segundo, el magistral y definitivo La última noche) y por sus grandísimas memorias,Quemar los días, que debo de haber releído una docena de veces. Susan Sontag decía: "Quiero leer absolutamente todo lo que escriba Salter". Yo he leído incluso Life is meals: a food lover’s book of days, el breviario que escribió con su esposa Kay, donde las recetas alternan con las reminiscencias de maravillosas comidas en París, en Roma, en Aspen, en las casas de sus amigos. Entre ellos, Alfonso Armada y Corrina Arranz, de quien ofrece su receta de gazpacho segoviano. Y pido desde aquí que alguien reedite Años luz, porque la edición de El Aleph está inencontrable, y la primera traducción de Sudamericana es directamente ilegible.
A menudo, por la mañana, antes de ponerme a escribir, leo unas páginas de Salter, como el diapasón que ha de darme la nota exacta, el impulso y el tono. Leo a Salter para que me limpie la mirada, como aquellos espejos negros que utilizaban los impresionistas cuando no veían con claridad los colores. Consejo para escritores jóvenes: si alguna vez os encontráis bloqueados, leed a Salter. Si estáis perdidos y creéis que lo que estáis haciendo ya no vale, leed a Salter. Si creéis que habeis conseguido una página insuperable y no hay forma mejor de expresarlo, leed a Salter.
Leo a Salter para que me ensanche el corazón. Leo a Salter porque sus páginas arrojan la certeza, tan común en los grandes escritores, de que conoce un buen puñado de verdades sobre la vida y los hombres; verdades que te atraviesan como un rayo e iluminan, de repente, un fragmento de realidad haciéndote verla como nunca la habías visto. No: como entreviste una vez y luego olvidaste. Leo el comienzo de Los ojos de las estrellas, que tiene la misma acrobática libertad formal de Las joyas de los Cabot, de Cheever. Leo el final de Cometa, con la esposa empequeñeciéndose, tropezando en los escalones de la cocina. Vuelvo a los encuentros de Philip y Anne-Marie en Juego y distracción, y los paseos del grupo en las noches parisinas, comiendo en los restaurantes de Les Halles antes del amanecer. Vuelvo a leer la evocación de Irwin Shaw, y el fantasma flotante de Sharon Tate en Rodeo Drive (lo mejor que se ha escrito sobre ella, lo más hermoso, lo más conmovedor) enQuemar los días. Leo el final de Años luz. Hay muchos finales de novela que me parten el alma, pero ninguno como este. Viri, el marido, vuelve a la antigua casa familiar, cerrada, abandonada. Su esposa murió, sus hijas se casaron. Lleva un traje gris comprado en Roma, las suelas de los zapatos ennegrecidas por la humedad. Camina con paso lento, los ojos fijos en el suelo. Le parece escuchar todavía las risas imposibles de las niñas en el bosque. De repente percibe un movimiento entre las hojas: es su vieja tortuga, avanzando hacia él, el ojo claro, transparente como el cristal, el caparazón en el que todavía puede leer las antiguas iniciales, avanzando como si quisiera depositar a sus pies el bosque entero, el pasado entero. Dios bendiga a James Salter.

Las negritas no son responsabilidad del autor, sino que pretenden resaltar las alusiones a la obra sobre la que vamos a realizar la tertulia, por lo que se lo debemos a a Margarito.
clubdecatadores.wordpress.com

nos resume el libro así:

Viri y Nedra Berland son un matrimonio perfecto. Viri es arquitecto, un artista modesto, un padre esmerado, amoroso, nunca será rico pero los suyos nunca pasarán hambre. Nedra es un tipo excepcional de mujer, un misterio. Tienen dos hijas: Franca y Danny. Viven en las afueras de Nueva York, en una gran casa junto al río; tienen un perro enorme, Hadji, tienen conejos, gallinas, un poni. Organizan fiestas, cenas, meriendas y picnics; van a restoranes, galerías de arte, cines. Tienen amigos: Arnaud y Eve, Peter y Christine, Robert y Kate. Tienen una vida matrimonial, eso que podría ser entendido como el sueño realizado de toda una sociedad, la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX. Una tarde, en el jardín de los Berland, Arnaud mira la casa, el perro, la familia, y le dice a su amigo Viri: “Eres un hombre con suerte (…) Has llegado a puerto (…) Te mueves en una realidad más amplia que otros hombres, Viri. Podría poner ejemplos, pero es patente. Es una especie de paraíso”. Este paraíso se sostiene gracias a una buena dosis de sensatez, represión y discreción, tanto por parte de Viri como de Nedra. Para ambos, lo primero son sus hijas. En cierto modo, ellas son la razón, justificación y sentido de su existencia como pareja y como individuos. Nedra tiene un amante estable: Jiván, amigo íntimo de la familia (incluso pasa Navidad con ellos). Viri conoce a una jovencita, Kaya. No hablan abiertamente de esto, pero no se trata de un engaño, sino más bien de conductas decorosas y circunspectas. Nedra y Viri están escindidos, han aceptado que la pasión ha sido expulsada del matrimonio, pero no pueden dejar de lado todo lo demás, aquello que no puede existir dentro de la pasión y que, en cambio, necesita al matrimonio para protegerlo igual que un establo protege a un caballo (al mismo tiempo que lo mantiene cautivo). Esto es Años luz, la historia de un hombre y una mujer, la forma en que comparten su juventud, su belleza, su fuerza; la manera en que se pierden. El título es un hallazgo connotativo, remite tanto a la fugacidad de los mejores años como a su luminosidad, su lejanía, su carácter difuso, inapresable. Es un gran título.


No hace falta alagar para mostrar lo interesante de la novela:

Salter narra veinte años de vida en 400 páginas. No es exhaustivo, de hecho, su talento es episódico, de modo que la novela se estructura en cinco partes formadas por unos cuantos fragmentos breves, historias que conservan su valor autónomo. Hay algo poderosamente coherente en la obra de Salter, algo que hará que un lector comprenda perfectamente la manera en que cada pieza se articula con las demás, muchas veces, con variaciones mínimas, casi con un efecto de acumulación. Quiero decir que al final, Salter siempre está hablando de lo mismo y lo está haciendo siempre de la misma forma: cuentos, novelas, autobiografía, da igual, Salter no es un escritor de registro amplio. Como lector, podría aventurar una presunción: Salter no confía realmente en su talento, por lo que ejerce un fuerte control sobre él, como si supiera que tiene sólo esa naranja y no puede desperdiciar nada de ella, ni una gota de jugo. Más allá de ciertos rasgos previsibles de su prosa, el estilo de Salter parece especialmente ajustado para hablar de sus temas elegidos: el valor de la grandeza, la fama, el éxito, la fragilidad de los sentimientos, lo fácil que se rompe un corazón, la fugacidad de la belleza, los esfuerzos de las personas por otorgar sentido a sus vidas tan trágicamente breves. La forma: encadenamiento de frases cortas (unidas no siempre por un evidente sentido lógico), descripciones de personajes a través de un puñado de detalles menores (especial fijación con las dentaduras y la piel), uso casi obsesivo de la descripción paisajística y de ambientes (con un esmero muy marcado en la luz solar). Lo mucho que Salter describe el paisaje contrasta con su lenguaje, sintético casi hasta la parquedad, cuando trabaja sobre los diálogos o la introspección.



Años luz es una historia mínima, la historia que podía asomarse en cualquiera de los cuentos de Anochecer o de La última noche, pero a la que se le ha prestado más tiempo y atención, hasta dotarla de más caladura. Es una novela superior a Juego y distracción, con la que, sin embargo, está tan unida. Hay algo notorio en ella: su personaje más importante es Nedra, su desarrollo es más profundo y complejo que el de Viri, porque, de hecho, su psicología lo es. No podemos evitar ver en ella a la encarnación de un momento histórico de lo femenino, la mujer que trasciende su deseo de realización conyugal, que encuentra un valor superior a la felicidad en la libertad. La valentía que hace falta para moverse de un mundo a otro es inmenso; el precio del desplazamiento: desgarrar su vida anterior (Nota: Años luz es de 1975; Kramer vs. Kramer, el film de Robert Benton, de 1979).



Pienso ahora que la magnitud de un libro podría ser expresada por la forma en la que sutilmente nos modifica luego de su lectura, el espacio aparentemente hueco que queda cuando uno ha terminado el libro. Muchas veces, ese vacío es el indicio del ensanchamiento del que hablaba Hesse: “En lugar de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo con tu alma dolorosamente ensanchada”. El alma ensanchada por un libro, ¿qué hacer luego con ella? ¿De qué manera volver a ponerla en el mundo?



"Las cicatrices dividen la vida como los anillos de un árbol. Qué juntos parecen los más antiguos, el tiempo los comprime, veinte años no se distinguen entre sí.



Ella había entrado en una nueva era. Todo lo que pertenecía a la antigua había que sepultarlo, arrumbarlo. La imagen que tenía de Arnaud con el ojo tapado con un vendaje espeso, las contusiones profundas, su dicción lenta, como un tocadiscos que pierde velocidad: eran heridas de mal agüero para ella. Señalaban los primeros miedos de la vida, la malevolencia que formaba parte de su savia, y que no tenían explicación ni cura. Nedra quería vender la casa. Estaba sucediendo algo en cada pedazo de su existencia, empezaba a verlo en las calles, era como la oscuridad, de pronto se percataba de ello: cuando llega, llega a todas partes."



Como se puede apreciar y disfrutar con el testimonio fotográfico, nos reunimos en el restaurante peruano de la calle La Rosa: Calola, Domingo, Lourdes, Maive y María José. Allí comimos a gusto y buen precio, incluso se puede decir que el gusto fue mayor que el precio.
Parece que podemos establecer la ley de la proporcionalidad inversa entre el volumen del libro y el número de comensales, así a mayor tamaño del libro, menor número de tertulianos. Con la misma mentalidad científica podríamos establecer otra ley de Perogrullo: a menor número de comensales menos problemas de comunicación oral, más si hay intención de conversar y disfrutar de la compañía. Esto se dio de forma clara.
A la cita sólo faltaron Nedra y Viri o Viri y Nedra. En cualquier caso no se les echó de menos porque ya forman parten de la memoria de nuestra pequeña colectividad. Incluso me pareció verlos a la altura de la Plaza del Príncipe.
El primer problema que me planteo la obra, no necesariamente a las demás, es si debemos pensar en: ¿Nedra y Viri o en Viri y Nedra? Como es buena costumbre cada cuál que piense lo que quiera pero en principio y la mayoría parecen pensar que Nedra es la guía y el personaje en quién primero pensamos. La narración parece descansar en Viri, aunque sea para continuarla más allá de la muerte de Nedra. Las simpatías y antipatías se repartieron según los opinantes y según los personajes y acciones de ellos. 
Lo que sí resultó unánime es la valoración como interesante y estimulante de la variedad de puntos de vista del narrador. Además de esto la descripción de situaciones, estado de ánimo y. especialmente, emociones se destacó por lo precisa y efectiva, ya que sentíamos sin necesidad de los abusos de otros escritores. Lo que parece común a muchas de las novelas es la multiplicidad de espacios geográficos, la importancia de las arquitecturas domésticas, que parece contribuir a transmitirnos la multiplicidad emocional y al vacío existencial que circunda el objetivo inmediato del éxito social. 
      Sin mucho entusiasmo se decidió Niños en el tiempo Menéndez Salmón para la próxima tertulia del seis de junio de 2014, sin determinarse el lugar.


sábado, 19 de abril de 2014

"La polilla y la herrumbre" de

novelaromantica.com nos presenta y critica  la obra de la tertulia.



Mary Cholmondeley - La polilla y la herrumbre.

 Sara
Esta es la historia de dos muchachas totalmente distintas, Anne y Jane, de clase aristocratica Anne y de clase media-baja Jane, pero que tienen en común el estigma para las mujeres de aquellas época, que a poco que se distrajeran se les pasaba la edad para encontrar marido que era la salvación para todas.
Jane está enamorada de George , y éste de ella, pero tiene la oposición de la madre de George la Sra. Trefusis, que sabiendo de donde proviene Jane, y el hermano que tiene , apostador, vividor, y un poco mujeriego, prefiere a Anne como futura nuera.
Anne , es toda bondad , y con los pies en la tierra; no se dá a romanticismos ó sueños inutiles y sabe lo que quiere; y a pesar de sufrir el acoso que su madre les hace a todos los posibles pretendientes es de una humanidad apabullante, y está exenta de todos los prejuicios sociales de aquella época, por lo que no duda en hacerse amiga de Jane, al conocer la verdadera amiga entrañable, fiel, y bondadosa que puede llegar a ser, incluso hasta extremos perjudiciales para ella.
Anne, tiene dialogos, inteligentes , chispeantes, llenos de humor con la Sra. Trefusis, y aboga por el futuro de George y Jane, aunque el futuro les tenga reservados otros destinos; la falta de fé, y el secreto que guarda Jane, hecho a una amiga moribunda, hacen que este pareja se distancie a pesar del amor que se tienen.
Anne está enamorada de un curentón, feo, y de aspecto adusto - según palabras de la misma Anne - , pero a pesar de ello es perseguido por una troupe de jovenes debutantes y sobre todo de sus madres casamenteras, inluida y en primer lugar, la madre de Anne, por la simple razón que es el no va más de los millonarios.
Aún queriendolo , Anne jamás se ha prestado a la persecución Stephen, antes prefiere vivir el futuro en solitario, a que él pueda pensar que es por su dinero por lo que ella lo ama. Y por eso por lo que su amor es a distancia, y tiene que saber de él a través de lo que publican los periodicos de todos los exitos que consigue en sus finanzas.
En éste pequeño pero perfecto libro de una autora para mi hasta ahora completamente desconocida, he leido la declaración de amor más importante de todos los tiempos. Y no se la hace Anne a Stephen , sino que está describiendole a la Sra. Trefusis lo que siente por él:
"Es todas esas cosas, es exactamente aquello con lo que preferiría no casarme. Y creo que él lo sabe de forma intuitiva, ¡pobre! Pero pese a todo ello, pese a todo lo que me repele, sé que estamos hechos el uno para el otro. Él no escogió agradarme, ni yo agradarle a él. Nunca he tenido posiblidad de elección en este asunto. La primera vez que lo ví, lo reconocí. Lo conocía de toda la vida. Sin conocerlo, habia estado esperandole siempre. No llegué a comprender nada de verdad hasta que llegó. No me enamoré de él; al menos no del modo en que veo que les sucede a otros, ni como en otro tiempo me enamoré yo misma, hace yá años. No me siento atraida por él. Soy él. Y él es yo. Él es mi otro yo. Somos uno. Podemos vivir dolorosamente separados, él puede casarse con otra... pero la realidad sigue siendo la misma."
Stephen, le pide que se case con él, pero Anne lo rechaza, y cuando en una operación financiera el llega a perderlo todo, Anne lo visita y entonces lo acepta como esposo, diciendole. Así sabrás que mi amor por ti es verdadero, no podría vivir a tu lado sabiendo que algún día podrías dudar del amor que siento.
Este es una joya de libro, pequeño, intenso, con una trama de secundarios que hacen de él un interesante libro, y con dos protagonistas capaces de llevar sus conviccioes, y su dignidad como bandera, por mucho que les llegue a costar, incluso por encima de su verdadero amor en el caso de Jane.
Un libro 10.............. Un autentico libro de amor, de amistad, ..........sin sexo, con solo un beso a lo largo de toda la historia, pero que te deja con un agradable sabor de boca, y con la intención de conseguir las obras de Mary Cholmondeley.
Cumpliendo con el gozoso compromiso nos reunimos el viernes 11 de abril en La Chata. Allí por 18 euros bebimos vino chileno, Gato Negro, y comimos muy satisfechos (al que esto escribe le hubiese gustado comer más). Lemmon massala sirvió de bálsamo para nuestras sufridas gargantas mientras degustábamos enjera, wok de verduras, tortilla de pulpos y fresas con chocolate y frutos secos más plátano frito con un dulce mejunje de canela, miel y limón como postre.
Ana, Calola, Domingo,  Lourdes y María José mantuvimos una entretenida y atenta conversación en tono a una bobina de cable que servía de mesa. En ella se hizo patente que disfrutaron el libro por sus muchos valores literarios y humanos. Calola lo presentó como una muestra de literatura femenina, sufragista, en la que la mujer se presenta no sólo como escritora sino también como protagonista. Los sentimientos guían los personajes en un mundo manejado por hombres en el que los intereses económicos priman. La mujer con su honradez pone la esperanza y corrige los comportamientos no adecuados de los hombres. Éstos apenan pueden seguir de lejos las decisiones femeninas que dirigen la trama. Ésta gira y cambia de orientación de un personaje a otro sin que ello suponga que nos perdamos. Lo folletinesco, lo arquetípico de los personajes, lo inexplicable delos cambios, si es que los hay, en la forma de actuar de los personajes ayudan a concentrarnos en lo que importa: la verdad triunfará, sobreviviremos, y las mujeres harán mejor al mundo. 
Acabamos con un golpe en la puerta, un ojo hinchado, un corte en la nariz y muchas ganas de volver a vernos para hablar de Años luz de James Salter en el Peruano de la calle La Rosa el 16 de mayo de 2014.

viernes, 18 de abril de 2014

Recordó el día que vio el hielo por primera vez.




Contigo pasamos de aprender a leer a ser lectores.                               

martes, 8 de abril de 2014

Benjamin Black retorna a Phillip Marlowe.



LIBROS / ENTREVISTA

Banville recupera el espíritu de Raymond Chandler

John Banville ha adoptado una tercera personalidad para escribir 'La rubia de ojos negros'

La novela la firma su alter ego Benjamin Black y recupera el espíritu de Raymond Chandler

Dublín 22 FEB 2014 -1


Las razones de editores y herederos para confiar a novelistas contemporáneos la tarea de revivir a James Bond, Hércules Poirot, Bertie Wooster o Philip Marlowe parecen claras: un nuevo libro puede despertar —al menos en teoría— un renovado interés por sus autores. En cambio, para muchos, las razones de un escritor reputado como John Banville (Wexford, 1945) para prestarse a escribir La rubia de ojos negros (que Alfaguara publicará el próximo 26 de febrero) son un enigma. “Si hace veinte años alguien me hubiera sugerido siquiera que algún día escribiría un libro como este mi reacción habría sido ‘¿cómo te atreves?, ¡estás loco!”. Sin embargo, la propuesta de que Benjamin Black —el seudónimo que reserva a su obra noir—firmase una novela que resucitase a Philip Marlowe, el célebre detective creado porRaymond Chandler, llegó con Banville ya instalado en la sesentena. “Tengo una edad en la que he de probar cosas nuevas para no marchitarme, para no consumirme. Siempre estoy escribiendo una novela de Banville, pero me sobra energía literaria que derivo hacia Benjamin Black y, ahora, hacia Chandler. Me divierte y estoy en un momento en el que me puedo permitir asumir riesgos, hacer estupideces”.

El artista debe gozar de libertad y en la novela negra siempre debe haber un crimen, y eso
la restringe bastante”
El propio Chandler, Georges Simenon, James M. Cain y Richard Stark, enumera Banville, son los padres de Benjamin Black —“me temo que es huérfano de madre”—. Fue su hermano mayor, Vincent, quien le introdujo en la literatura del autor deEl largo adiós y La dama del lago —sus novelas predilectas—. “En esa época yo solo conocía a escritoras inglesas como Agatha Christie o Margery Allingham. No había leído a Ross Macdonald o Dashiell Hammett, por eso me fascinó encontrar a alguien que escribiese tan bien como Chandler”. Para Banville, a quien le gusta repetir que “la frase es el mayor invento de la civilización”, el lenguaje lo es todo. “Escribo frase a frase. Termino una y empiezo la siguiente. Joyce era un maestro del párrafo, yo preferiría prescindir de ellos”. La trama y los personajes le importan, pero desempeñan papeles secundarios. “Como al propio Chandler, a mí tampoco me importa saber quién mató al mayordomo: él siempre defendió que el estilo lo era todo. En buena parte de sus libros la trama no tiene sentido: cuando estaban rodando El sueño eterno le llamaron para preguntarle quién había matado al chófer y él respondió que no lo sabía. Yo he escrito La rubia de ojos negros en ese espíritu. He inventado y he reinventado Los Ángeles, como hiciera en su momento el propio Chandler”.
Ni ha releído sus obras completas ni se ha documentado a conciencia para recrear la Bay City de Marlowe. Se ha limitado a sentarse en su estudio y escribir. Como siempre. “La obsesión por los hechos sofoca la novela. Flaubert dijo que había leído miles de libros cuando preparabaSalambó, su novela sobre Cartago, y al leerla puedes sentir el peso de todas esas lecturas”. Según el irlandés, la invención puede ser tanto o más convincente que la verdad.
Banville escribió La rubia de ojos negros en su estudio de Dublín. Un apartamento pequeño y luminoso frente al río Liffey, ajeno al bullicio que se extiende a ambas orillas. “El silencio es absoluto”. Solo lo quiebran, explica, los hijos de los vecinos que juegan en el patio y a quienes Banville escucha conmovido. “Se entretienen con juegos anticuados, como el escondite y el fútbol, se enamoran, se pelean. Son fantásticos”. Lleva más de veinte años escribiendo en este lugar de moqueta granate —“hace poco advertí que solo está desgastado el tramo que va de mi mesa a la cocina, el resto está impoluto”—, mobiliario austero y riguroso orden. Todo está en su sitio: los libros, los diccionarios, las postales, los sombreros. Es la cara o cruz del espacio de trabajo de otro irlandés ilustre, Francis Bacon, cuyo estudio se encuentra a diez minutos a pie del refugio de Banville. “El desorden que me rodea se asemeja a mi mente: puede que sea un buen reflejo de lo que se está fraguando dentro de mí”, escribió el pintor. Esa cita sirve ahora de aviso a los visitantes desprevenidos a punto de asomarse a ese caos tan necesario para él.

Mitos y franquicias

JUSTO NAVARRO
Philip Marlowe nació ya detective privado en 1939, en la primera novela de Raymond Chandler, El sueño eterno. No habla jamás de sus padres, y no tiene parientes, que se sepa, o eso decía su creador. Marlowe sigue vivo y, a pesar de haber llegado al mundo hace 75 años, tiene la misma edad que en 1939. Pertenece al tiempo atemporal de los mitos, de donde ahora lo rescata John Banville, alias Benjamin Black.Los mitos tienen la gracia de la resurrección incesante y fabulosa: inmortales griegos, bíblicos, evangélicos, artúricos y caballerescos, dráculas, tarzanes y peterpanes, Sherlock Holmes y James Bond, Poirot y Maigret, por qué no. Toleran la repetición sacralizadora, pero también la broma y el pastiche.
Un mito es siempre nuestro contemporáneo, y Marlowe merece renacer en este instante: desconfía de la riqueza y de sus poseedores, ajedrecista solitario, incómodo para los policías serviles con los poderosos y peligrosos para la gente como él. “La ley protege al que paga”, decía en Adiós, muñeca. Emigrante, bajó del norte al sur sin salir de California. Según Chandler, no tiene mucho dinero, pero viste lo mejor que puede. Fuma, bebe cualquier cosa que no sea dulce. Se levanta tarde por gusto y temprano por necesidad. Es un tipo, en el sentido en que Umberto Eco utiliza el término: Don Quijote es un tipo, pero solo es tipo de todos los Don Quijotes, tipo de sí mismo. Invita al eterno retorno, a la repetición siempre nueva.
El renacimiento de Marlowe debería consagrar los rasgos inolvidables que su creador atribuyó al detective: “Es un personaje de cierta nobleza, de ingenio corrosivo, triste pero no derrotista, solitario pero nunca realmente seguro de sí”. ¿Tiene conciencia social? “Tanta como un caballo”, responde Chandler. “Tiene conciencia personal, que es algo totalmente distinto”. Es un santo: encarna “la lucha de todos los hombres esencialmente honrados por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta”. Mejor persona para el lector que para sí mismo, es más honorable que usted y que yo, dice Chandler, y concluye: “Si ver basura donde hay basura es un signo de inadaptación social, Marlowe es un inadaptado”.
Así, pero envejecido, era el Marlowe que Osvaldo Soriano imaginó en Triste, solitario y final (1974),donde el gordo Soriano formaba, personaje de su propia novela, pareja de aventuras con el flaco detective de Chandler, en un caso en torno al Gordo y el Flaco cinematográficos, también criaturas sagradas. Los recreadores de mitos no son ladrones de cadáveres, sino de seres vivos que reviven sin fin. Hay, sin embargo, una diferencia entre viejos inmortales como Jesucristo o Don Quijote y los inmortales recientes, que son héroes propiedad de los herederos de su creador, algo que probablemente Soriano ignoró. Si el nuevo uso de criaturas como Marlowe, Bond o Poirot se atiene a la lógica de los mitos, obedece forzosamente a la de la franquicia, que, según el diccionario de la Academia, significa “concesión de derechos de explotación de un producto, actividad o nombre comercial”, licencia para repetir la atmósfera de una marca, el diseño, el modelo.
El irlandés odia el verano. “Es la estación más aburrida”, aduce, y desde hace casi una década combate el tedio estival —las vacaciones están descartadas, “me crispa no hacer nada”, se justifica— escribiendo novela negra. Ya ha escrito seis, cinco de ellas ambientadas en el Dublín de los años cincuenta y protagonizadas por Quirke, un patólogo solitario y bebedor, aunque ahí terminan los paralelismos con Marlowe. “Quirke es simplemente un hombre curioso. En esa época en Irlanda no existía el concepto de justicia. Todo era una mentira, todo eran apariencias”. Marlowe, sin embargo, tenía otras ambiciones. “Siempre lo había admirado, pero me costaba creérmelo del todo: un hombre con su sensibilidad no podía ser tan duro. Pero me gusta su heroísmo, su caballerosidad, es un hombre que cree en un cierto tipo de justicia, que cree que es posible hacer algo de bien en el mundo. Estas son nociones muy anticuadas, pero por eso quiero que la gente joven lea a Chandler: la literatura negra de hoy es cada vez más violenta, más sangrienta, es hora de volver a la caballerosidad, al honor, a una ‘violencia educada’, que diría mi mujer”.
El verano es de Benjamin Black. El otoño, la estación más fértil, de John Banville. Black escribe en ordenador, sin reescrituras, tres meses de trabajo le bastan para terminar sus novelas. Banville escribe con inevitable lentitud —“entre ayer y hoy he escrito dos párrafos; el de hoy es más corto porque tenía esta entrevista”—, llenando las páginas en blanco de un libro que encuadernan especialmente para él con ayuda de una pluma, tarda entre tres y cinco años en poner el punto final. Black es un artesano; Banville, un artista. “Estoy muy orgulloso de los libros de Benjamin Black. Creo que son maravillosas piezas de artesanía. No digo que sean muy buenos libros, pero desde mi punto de vista están construidos con maestría, como si fuesen una silla o una mesa. En cambio, mi relación con los libros de Banville es muy complicada, tan oscura que apenas alcanzo a entenderla. No entiendo por qué los odio tanto. Supongo que simplemente porque son fracasos”. Banville es consciente de que la distinción no agrada a los escritores de novelas de detectives, pero nunca le ha preocupado demasiado medir sus palabras —para las hemerotecas queda su agradecimiento al jurado del Man Booker Prize que en 2005 premió su novela El mar y a quienes felicitó por atreverse a distinguir “una obra de arte” y romper la tendencia de premiar ficciones menos exigentes—. “Hace un par de semanas asistí a un festival de literatura negra en Key West y sé que los escritores presentes se molestaron, pero estoy convencido de que es verdad: para ser un artista, para hacer una obra de arte, debes gozar de libertad absoluta para hacer lo que te venga en gana, y cuando escribes novela negra en ella siempre debe haber un crimen. Eso restringe bastante tu libertad. Por eso creo que el género nunca podrá elevarse a la categoría de arte, aunque Chandler estuvo muy cerca”.
En sus cuadernos, Raymond Chandler dejó listados de posibles títulos para posibles novelas: La rubia de ojos negros es uno de ellos. Fue Ed Victor, agente del irlandés y representante del legado del estadounidense, quien le sugirió que lo utilizase. “Y le hice caso, aunque ya había empezado a escribir y [la protagonista] Clare Cavendish tenía el cabello oscuro y los ojos azules”. El lector de Benjamin Black, asegura Banville, encontrará en este libro una historia “mucho más ligera, más libre, con la luz y el sol de California, y el ingenio de Chandler”.

Me sobra energía literaria que derivo hacia Benjamin Black y, ahora, hacia Raymond Chandler. Me divierte”
No lo ha meditado demasiado, pero cree que le fascinaría que otro continuase con la saga de Quirke —cuya adaptación, una miniserie protagonizada por Gabriel Byrne y producida por la BBC, se emite en estos momentos la televisión irlandesa—. “Probablemente sea relativamente sencillo escribir un libro de Quirke porque hay ciertas cosas que se repiten en todos: la bebida, la desesperanza, la extraña relación que mantiene con su hija… En la mayoría de los casos, la literatura noir consiste en trabajar con clichés. Es lo bueno que tiene: tratar de hacer algo nuevo dentro de un género propenso al tópico”. Aún no sabe si repetirá con Chandler —“todo depende de cómo funcione La rubia de ojos negros, aunque la segunda vez no será tan divertida como la primera”—, pero tiene claro que con él terminan los revivals. “Mi mujer me sugirió que escribiese una continuación de Retrato de una dama de Henry James porque Isabel Archer es un personaje muy interesante y la novela termina de forma muy ambigua. Pero James es un gran artista y yo sería como un buitre alimentándome de los restos de un gran autor. Dicho esto, me parece una gran idea y me encantaría saber cómo sigue la vida de Isabel Archer: todos los hombres estamos enamorados de ella”.
En una catastrófica crítica publicada en 1991 en The New York Times,Martin Amis concluía que Robert B. Parker nunca debería haber escritoPerchance to dream, secuela de El sueño eterno de Chandler —tan solo un par de años antes Parker había completado otra novela chandleriana, La historia de Poodle Springs—. Pero no había vuelta atrás: el daño ya estaba hecho, lamentaba Amis. Mientras apura la segunda copa de vino tinto, Banville asegura que está preparado para hacer frente a la controversia que sabe acompañará a La rubia de ojosnegros. “Espero que me acusen de deshonrar la memoria de Chandler para escribir apasionadas defensas del libro, ¡habrá una gran polémica, será una gran campaña publicitaria! Seguro que habrá lectores adictos a Chandler y expertos que se deleitarán en señalar en dónde me he equivocado, pero mi respuesta será ‘escuchad, este libro es mío, no de Chandler. Además, es una obra de ficción: Philip Marlowe nunca existió”.
En estos momentos, la verdadera preocupación de Banville está muy lejos de Chandler. “Ya he escrito un tercio de mi próxima novela firmada por Banville y no tengo ni idea de qué va a suceder en la trama. No paro de pensar, ‘John, en algún momento tendrás que resolverlo. Estos personajes tienen
que hacer algo”. Desde su escritorio, tan solo tiene que mirar de reojo para ver los ocho libros envueltos en papel de seda blanco que encargó al encuadernador y que aguardan a que empiece a cubrir, lentamente, sus páginas.