miércoles, 6 de abril de 2016

"¡Melisande! ¿Qué son los sueños?" de Hillel Halkin.


www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas resume este ejemplo de literatura de la honestidad y los sentimientos.

Chico conoce a chico y a chica

Narrativa extranjera. Con varios premios como ensayista, Hilel Halkin publicó a los 73 años su primera novela, sobre un triángulo amoroso.

POR VIRGINIA COSIN




Hilel Halkin

Dice el crítico francés Paul Ricoeur que “la pregunta por el ser del yo” se contesta narrando una vida. Y eso es lo que se propone el narrador de ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, la primera novela que Hilel Halkin publica a sus 73 años.
Halkin debe su nombre, Hilel, a un sabio judío nacido en Babilonia en el siglo I antes de la era común, famoso por estudiar incansablemente la Torá y, sobre todo, por su empeño en interpretarla, por desentrañar sus sentidos múltiples. Un nombre puede ser una herencia pesada y Halkin, hijo, además, de un profesor de historia judía y nieto de un rabino, emigró de su Nueva York natal a Israel para dedicarse a estudiar y escribir sobre judaísmo y sionismo en diversas publicaciones estadounidenses e israelíes. Hilel Halkin es autor, además, de unos cuantos libros sobre el tema que hicieron ruido y levantaron polvareda en los ambientes intelectuales de ambos países.
Sin embargo ésta, su primera novela, es una historia de amor. Chico conoce a chico y a chica. Chico 1 –Hoo, el narrador– admira, casi reverencia, a chico 2 (Riki) y se enamora de chica (Mellie). Pero la chica, que siente cariño por los dos, corresponde al más extrovertido, original y, también, desequilibrado chico 2 (una suerte de Seymour Glass, el primogénito de la familia de ficción imaginada por J. D. Salinger, sin la mitad de la gracia y brillantez de aquél), hasta que sus brotes psicóticos dejan de ser atractivos y busca refugio, por fin, en Chico 1, con el que se casa. Así contada, la historia se parece bastante a otras tramas ya leídas. Por contar sólo una, de aparición no muy lejana en el tiempo, La trama nupcial , de Geoffrey Eugenides.
Pero lo interesante de: ¡Melisande! ¿Qué son los sueños? quizá no resida allí donde la faja que envuelve el ejemplar, con el objeto de llamar la atención de compradores, hace hincapié. Sí: es una historia conmovedora. Pero es su construcción narrativa lo que resulta llamativo.
Hoo, que ya es un hombre grande, podríamos decir viejo, y se ha jubilado de su puesto como profesor de filosofía griega, escribe desde su retiro en una isla de, precisamente, Grecia. A quien le escribe es a su amada y tejedora Mellie (como –¿casualidad?– la mujer de Ulises, Penélope), que vaya uno a saber dónde está, o si aún está o es sólo un recuerdo o un fantasma o una invención. Es decir que se escribe a sí mismo, se reconstruye, reconstruye su historia y la de un triángulo cuya materia amorosa se desvanecería si no contara con los tres vértices que lo estructuran, con los años 60, la Guerra de Vietnam, las modas espirituales y la vida académica e intelectual de la clase acomodada de Nueva York como telón de fondo.
En cierto pasaje, Hoo y Mellie conversan sobre un paper académico sobre la Oda a Psique de Keats, que ella escribió y que, según Hoo, manifiesta de forma poética lo mismo que el filósofo Hume postula de forma teórica en el capítulo “De la identidad personal” en su Tratado sobre la naturaleza humana . “Hume dice que el yo no es sino la suma de sus partes. En el fondo no somos más que una secuencia continuada de impresiones de los sentidos, sentimientos e ideas. Si no los recordáramos, no tendríamos sentido de la identidad. Es la memoria la que le da a nuestra experiencia la ilusión de continuidad que atribuimos a quien experimenta las cosas en forma independiente, exactamente igual que un espectador en un teatro atribuye la obra que está viendo a un autor”.
En esta búsqueda del yo perdido se embarca Hilel Halkin, a bordo de un texto personal lleno de ripios, saltos y superposiciones, que funciona con la misma desprolijidad con la que se despliega la memoria.
   

    Seguro que hemos tenido la intención de reconstruir nuestra vida de una forma coherente por escrito. Nos imaginamos retirados y jubilados en un paraje propicio cerca del murmullo del mar que nos ayudaría a impulsar el ritmo de la narración. Probablemente esa narración comenzaría en los primeros momentos, no de consciencia, sino de toma de consciencia de que nuestras decisiones son irreversibles y los mundos posibles paralelos serán numerosos e irrecuperables. En ese instituto se parirán relaciones que nombraremos como amistad, pero que el bautizo del tiempo le otorgarán la gracia del amor. La primera persona de este escrito se dirigiría a algunos, a uno, de estos personajes con la tristeza de la dificultad de su reencuentro. Se describirían las pérdidas, las decisiones, y aquellos miedos que las provocaron. Temores de los que huimos y que esa fuga otorgó materialidad a esos espectros. La triste soledad, escondida en cada esquina, que al tratar de esquivar convertimos en pesado gigante.
     Películas, novelas, series, poemas, canciones, ilustrarán y ubicarán unos tiempos que nunca serán ordenados y que siempre serán plurales, como el concepto de "yo" de Hume. El pretendido orden de las olas marinas se convertirá en estruendo de tempestad, en aburridas calmas, en tinieblas nocturnas y soles que tuestan cualquier posibilidad de coherencia. Porque no hay más razón que los sentimientos, ni otra esperanza que el amor: el compartir el gusto por los pequeños detalles que hacen la vida, el sentir que no merece la pena escribir nada porque sientes la felicidad de que te están tocando a la puerta.

    







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