sábado, 16 de abril de 2016

Quijote.

    Calola y Lourdes proponen una entrada extraordinaria que celebre y comparta nuestro gusto por la lectura recordando a Josep Pla (1981), al inca Garcilaso, Willian Shakespeare y Miguel de Cervantes. Estos tres últimos en 1616, hace 400 años (gracias socorrida Wikipedia). Lo arbitrario de los calendarios no nos quitan las ganas de aprovechar la ocasión para, tras leer una novela gráfica, disfrutar del maridaje entre pintura y literatura que, a diferencia del tópico, no sólo no condiciona sino que enriquece y genera, re-genera, nuevas visiones, en este caso del Quijote.
      La paradoja consistente en que un gráfico ocupe páginas  y nuestra imaginación en falsa competencia con la letra impresa nos introduce en la obra que es estimulante paradoja. Empezando por el género, novela de caballería, que es burlado y ofendido en sus valores esenciales para desde las mismas aventuras caballerescas genere humor en abundancia. Paradoja que nos ofrecen los personajes que a partir de una caricatura de gruesos trazos se enriquecen modificándose mediante sutiles matices que nos mueven de lo fantástico a lo realista, mostrando así la complejidad del ser humano que no es, sino que se construyen en sus circunstancias. Paradójico en el casi postmoderno diálogo del autor con sus plágios justificando así su escritura y defensa, quijotesca, de la verdad de la ficción. Pero quizás la paradoja más enriquecedora es la de un libro que nos advierte de la peligrosidad del abuso de la lectura. Creo que no es un recurso sino que realmente el consejo del Quijote es apostar por la vida frente a la lectura. Nada nos apena más que el señor que no sale ni come porque lee y lee, deseamos empujarlo sobre caballo o lo que sea y sacarlo al polvo de la vida y a los golpes de los gigantes. Me imagino el atrevido que sea capaz de desarrollar un juego virtual que invite a no jugar. Nuestra lectura no es culpable ni nos aboca a la demencia porque siempre nos faltará algo más que leer, nunca nos parecerá suficiente. Esta locura de la insatisfacción insaciable se concreta en el Quijote en la forma de admiración nunca consumada así esa obra que nos advierte sobre la peligrosidad de la lectura, en esta ocasión, no ha sido leída, o no del todo, pero en forma de paradoja, nos estimula a su lectura, o quizás no haga falta porque ya forma parte de la vida, o de la vida subrayada que es el arte.
     Paul Gustave Doré en la década de los sesenta del siglo XIX ilustró el Quijote creando los cánones de las imagines del Quijote. Calola nos lo sugiere como conmemoración de la efeméride. Su detallismo y meticulosidad contrastan con el informalismo de Antonio Saura, propuesto por Lourdes. En el S. XX Saura se inspira en Dalí y en Doré para recrear con trazos nerviosos la posible lectura del Quijote.








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