domingo, 1 de enero de 2012

"El mar" de John Banville.










La jefa, Pilar, me prestó este libro para leerlo en vacaciones. No hay mejor regalo navideño que una buena recomendación. Desagradable compromiso leer un libro que no te apetece. Mas al tratarse de un libro que pretende hacer tan precisas las descripciones que para ello recurre a unos términos que hacen recomendable el uso del enlace de la RAE para aprovechar mejor la lectura. Si a esto le añadimos que comienza con un desaborido incidente de una imprevista subida repentina de la marea. Ya tenemos como para fastidiarnos las vacaciones de navidad.




Un chiste, lo cómico, una narración, el cine, las clases, el entretenimiento, y muchas más acciones humanas son construcciones en las que manipulamos la realidad para convertirla en ficción. ¿Ficción?. No mentira. Alargando y encogiendo tiempos, ritmos logramos captar la atención. Esta arquitectura se hace especialmente compleja en la novela. En ésta que nos ocupa partimos de una anécdota y un personaje que retorna a su lugar, a su historia. Pero no retorna el mismo protagonista sino que lo hace con más personajes en su mochila-memoria. La excusa de su regreso es la escritura de un supuesto libro sobre Bonnard, lo que le permite describir físicos, ánimos, relaciones que en ocasiones rondan lo metafísico mediante pinturas que supuestamente conocemos, o no, ya que son prescindibles por lo detallado de la narración. Narración que se estructura de manera que todas las piezas y personajes encajan de forma que mantiene una intriga que no parte de la muerte para explicarla, sino que explica para culminar la intriga de forma sorprendente, porque el lector ni siquiera percibe que se trata de una intriga.




Por este camino en el que acompañamos al protagonista en la reconstrucción de su vida trata de forma más que profunda temas que quedan mancos en gordos tratados como: la comunicación , la soledad, el amor, la muerte, las relaciones biológicas, sociales, sexuales,....parece mentira, pero no lo es, es ficción, ¿o no?


























Un día de 1893, en París, pierre Bonnard se puso a espiar a una muchacha que se apeaba de un tranvía, atraído por su fragilidad y su pálida hermosura, y la siguió hasta su lugar de trabajo, unas pompas fúnebres, donde se pasaba el día cosiendo perlas a las coronas funerarias. De esta modo la muerte, al principio, colocó su crespón negro a las vidas de ambos. Rápidamente trabó amistad con ella -supongo que, en la Belle Époque, estas cosas se conseguían con desenvoltura y aplomo- y poco después ella abandonó su trabajo, y todo lo demás, y se fue a vivir con él. Le dijo que se llamaba Marthe de Méligny, y que tenía dieciséis años. De hecho, aunque él no lo descubriría hasta más de treinta años después, cuando por fin se decidió a casarse con ella, su verdadero nombre era Maria Boursin, y cuando se conocieron no tenía dieciséis años, sino que, al igual que Bonnard era ya un veinteañera. Permanecieron juntos, en la riqueza y en la pobreza, o, mejor dicho en la pobreza y en la miseria, hasta que ella murió, casi cincuenta años más tarde. Thadée Natanson, uno de los primeros mecenas de Bonnard, en una semblanza del pintor, recordaba con pinceladas rápidas e impresionistas a la élfica Marthe, y hablaba de "su absurda cara de pájaro, sus movimientos de puntillas". Era una mujer reservada, celosa, brutalmente represiva, que padecía de manía persecutoria y era una apasionada hipocondriáca. En 1927 Bonnard compró una casa, Le Bosquet, en la vulgar población de Le Cannet, en la Côte d'Azur, donde vivió con Marthe, unido a ella en un aislamiento intermitentemente tormentoso, hasta la muerte de ella quince años después. En Le Bosquet, Marthe adquirió el hábito de pasar largas horas en el baño, y fue en el baño donde Bonnard la pintó, una y otra vez, continuando la serie incluso después de la muerte de ella. Las "Baignoires" son la exitosa culminación de su obra. en "Desnudo en la bañera, con perro", comenzado en 1941, un año antes de la muerte de Marthe, y no completado hasta 1946, se la ve echada, en colores rosa, malva, y oro, una diosa del mundo flotante, estilizada, intemporal, tan muerta como viva, y junto a él, sobre las baldosas, su perrillo marrón, su pariente, un perro salchicha, creo, enroscado y vigilante sobe su alfombrilla o lo que pueda ser ese cuadrado de escamas de sol que llega desde una ventana invisible. El angosto cuarto de baño que es su refugio vibra a su alrededor palpitando en sus colores. Los pies de Marthe, el izquierdo tensado al extremo de su pierna imposiblemente larga, parecen haber deformado la bañera haciéndole asomar una protuberancia en la punta izquierda, y debajo de la bañera, en ese lado, en el mismo campo de fuerza, el suelo tampoco queda alineado, y parece a punto de derramarse a la izquierda, como si no fuera un suelo, sino una piscina en movimiento de agua moteada. Aquí todo se mueve, se mueve en la quietud, en un silencio acuoso. Uno oye caer una gota, una onda en el agua, un suspiro que queda flotando. En el agua hay un trozo rojo óxido, junto al hombro derecho de Marthe, que podría se óxido, o sangre, incluso. Tiene la mano derecha sobre el muslo, inmóvil en el acto de la supinación, y me acuerdo de las manos de Anna sobre la mesa aquel día...(Pgs. 129, 130 y 131).














¿dónde están los parangones de la autenticidad con que se pueda comparar mi yo inventado? En esos últimos cuadros que Bonnard pintó en el cuarto de baño, en los que retrató a la septuagenaria Marthe, nos la muestra como la adolescente que él creía que era cuando la conoció. (Pg. 183).





























La señora Grace luce un vestido de satén azul y unas delicadas zapatillas azules, lo que aporta un incoherente aire de tocador a esta escena al aire libre. Lleva el pelo recogido detrás de las orejas con pasadores de carey, o broches, creo que se llamaban. Está claro que no hace mucho que se ha levantado de la cama, y a la luz matinal su cara tiene un aspecto basto, toscamente esculpido. Está justo en la misma posición que la doncella de Vermeer con la jarrita de leche, la cabeza y el hombro izquierdo inclinados, una mano ahuecada bajo la pesada cascada de pelo.......(Pg 186).




Pobre Rosie.........facciones como angulosas. La nariz, con su forma de lágrima, sus fosas faraónicas, era prominente en el puente, y sobre el hueso la piel se tensaba, traslúcida. Esta nariz está desviada un pelín a la izquierda, de modo que cuando se la mira de frente se tiene ilusión de verla al mismo de cara y de perfil, como en uno de esos complejos retratos de Picasso. (Pg. 186).







Este defecto, lejos de hacerla parecer desproporcionada, tan sólo contribuía a que la expresión de su cara fuera más conmovedora. En reposo, cuando no se daba cuenta de que la espiaban -¡y menudo espía estaba yo hecho!-, mantenía la cabeza inclinada hacia abajo, los párpados caídos y la barbilla, con un suave hoyuelo, pegada al hombro. Entonces parecía una madonna de Duccio, melancólica, distante, olvidada de sí, perdida en el sombrío sueño de todo lo por venir, de todo lo que, para ella, no iba a venir. (Pg 186 y 187).


















Estaba sentada en una silla, un poco apartada de mí, contra la pared, de lado, en la misma posición que la madre de Whistler, las manos entrelazadas en el regazo y la cara gacha, de modo que las cuencas de sus ojos parecían dos pozos de vacía negrura. Una lamparita, que yo pensé que era una vela, estaba encendida en una mesa a su lado, derramando un tenue globo de luz sobre la escena, que en su conjunto -una composición en círculo, tenuemente iluminada, de mujer sentada y hombre que pasea-, podría haber sido un estudio nocturno de Gericault














































o De la Tour. (Pg 213)



















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