viernes, 10 de agosto de 2012

La feria de las vanidades. Novela sin héroe. De William M. Thackeray.

Con la apariencia de la foto quedó el libro que me prestó Lourdes. Espero que me perdone tanto la tardanza en leerlo como el estado en que quedó.


Lo segundo, en parte, por lo primero y por el verano caluroso que hace de la piscina y de la playa sitios muy adecuados para leer y romper lo libros (increíble es que este libro sobrevivió a un viaje a México donde lo leyó su propietaria).


Y lo primero  en parte por su volumen 1093 páginas en las que se incluyen 146 de estudio introductorio, útil para leerlo al final, de José Antonio Álvarez Amorós y por la abundancia de referencias históricas, detalles cotidianos del momento y citas en idiomas como griego, latín y francés. Aun así:

Si Lourdes me perdona, mejor, si no, tampoco me importa si sigue ampliando mi rango de lecturas con préstamos o consejos como este. Un clásico victoriano. Una novela por entregas. Un romance moralista. Un análisis social, una didáctica de historia...UNA DIVERSIÓN. Porque rara vez se encuentra con un narrador tan libre. Un narrador que a pesar de conocerlo todo tiene que justificar cómo lo conoce y cuáles son sus fuentes, incluida su supuesta presencia. Un narrador que explica la manera de mantener la tensión narrativa y hace explícitos sus recursos, sus falsos recursos. Un narrador que se confunde intencionadamente con el autor. Pero lo que me parece más interesante es su cabreo con el mundo, su acidez en la descripción de las cualidades morales de los personajes que se liman con características físicas que se oponen para crear un difícil equilibrio. Un ejemplo de esto es cómo las características deseables de la psicología de los personajes se complementan con defectos físicos y las motivaciones malvadas se convierten en admirables en su forma estética.

La obra también nos ilustra sobre el conflicto entre el autor y Dickens acerca de la descripción de las desigualdades  sociales de la época.

 
Thackeray nos muestran unos personajes motivados por la vanidad como fuerza impulsora de sus acciones pero que las realizan según unas características psicológicas fijas, innatas y producto de la interacción con el medio, pero fijas.

 
En cambio en Dickens la importancia de las condiciones sociales en las historias son fundamentales, eso sí: referidas a defectos subsanables en las instituciones sociales, nunca en la base estructural de la sociedad. Así la pobreza que protagoniza muchas obras de Dickens en Thackeray ni aparece sino como chistes de pobres, o ruina que se quiere provisional.

 
El encuadre histórico es detallado pero eludiendo cualquier enaltecimiento. Ejemplo de esto es la batalla de Waterloo que es relatada con un episodio cómico de afeitado de bigotes militares, a pesar de la trágica muerte de uno de los personajes.

 
Otra muestra de contemporaneidad es la huida de retrato de la felicidad conyugal. Los matrimonio y parejas, a pesar de las dificultades de su realización, no suponen una automática felicidad sino un punto y seguido para seguir con más de lo mismo: la búsqueda del éxito social utilizando para eso todos los recurso disponible, en especial la hipocresía, mentira, apariencias, engaños,... todo un arsenal de recursos propios del titiritero como se define el narrador.
  Espero más.

 
  Ya sabes, Lourdes.


Vídeo: La Feria de las vanidades: "Duerme el Pétalo Carmesi". Fragmento musical del film "La feria de las vanidades" (Vanity Fair, 2004), basado en la novela del mismo nombre de William M. Thackeray. "Now Sleeps the Crimson Petal", canción, poema escrito por Lord Alfred Tennyson en 1849.


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