lunes, 3 de marzo de 2014

Ignacio Rodríguez Alemparte.

       Saboreamos el placer de leernos dos obras de un compañero.
       Elena nos propuso para la tertulia competente unos relatos editado con el título mujeres, lugares y situaciones, en minúscula, incluso la primera letra de ese título, aunque en algunas publicaciones aparezca con mayúsculas. No parece arbitraria esta elección de estilo, sino una forma de eludir la autoridad de la gran obra  para pretender, sin pretensiones, ser una invitación a imaginar. 
      Imaginar mujeres que desean y deseadas, por lo que son y por lo que no sabemos que son, hueco que, nosotros los lectores, anegamos con imaginación. 
        Recrear lugares donde esas mujeres viven y el escritor-lector transita como turista que en la vida somos. Lugares comunes, ya conocidos gracias a los medios de transporte o mediante las autopistas de la información, en los que nos sentimos a gusto porque únicamente somos extranjeros si no nos comunicamos. Desierto y Atlas, parques nacionales con lagos, ciudades, extraradios, viviendas....
     Recordar situaciones ya vividas o contadas pero siempre imaginables. Situaciones de incomunicación, mejor de incomunicación imperfecta, de comunicación fugaz más allá del lenguaje en donde comienzan las palabras acaba la comunicación. En el cuento de la japonesa con su mensaje escrito se evidencia esto, pero en el de Uarzazate con la comunicación táctil también, como en el resto de los relatos de mujeres que nunca entendemos del todo, pero que sí podemos imaginar.
      Tras estos relatos aparentemente independientes me imaginaba al imaginador osado capaz de atreverse a poner en papel lo que sucede en su delirio en una cola de la comisaría, los efectos del calor en una guagua marroquí, lo que flota en un lago más allá de lo que se ve, lo que le sugiere una canción o el recuerdo de ésta, capaz de traducir el tedioso aburrimiento del baile en una galería de personajes que toman el tango como excusa para tocar a alguien, traducir del japonés una historia sugerida por unos ideogramas que estimulan la imaginación, lo que una procesión de Semana Santa invita a pensar a un no creyente...En cualquiera de los relatos tenemos que agradecer el elogio de la imaginación como terapia no escapista para vivir y la invitación a que imaginemos y lo escribamos.
       Cada relato está ilustrado con una obra gráfica original producto de la colaboración de varios artistas que le dan un valor extra a esta obra no sólo literaria que no sólo estimula la imaginación sino también la comunicación. Esto lo comprobamos en la tertulia en El Girón a la que asistió el autor invitado por Elena.


      Estíbaliz conocedora del autor y del evento al que más arriba nos referimos me sugirió una novela del mismo autor que, por supuesto, leí con curiosidad y sorpresa.
      Con mujeres, lugares y situaciones disfrutamos del elogio de la imaginación y de situaciones, lugares y personajes variados, en cambio, con Toda la lluvia nos informamos a través del testimonio de un colaborador en una ONG de la realidad de la vecina África. Lo que suponíamos que sería un viaje turístico es un documento real sobre el peligro cotidiano que es vivir en el este del África subsahariana. Puede parecer que se trate de un reportaje periodístico, lo es, y es un piropo que así se lo consideremos; pero es mucho más: una reflexión que por ser personal no deja de ser rigurosa sobre la desigual distribución de la riqueza y lo paradójico de la intervención humanitaria occidental.
         ¿Puede haber más? Pues lo hay. Ya que el autor, logrando todo lo que hemos dicho, no abandona sus temas habituales y tenemos música y una historia barnizada por el erotismo de la incomunicación imperfecta y de la intensidad de lo fugaz.
        Queremos más. Mucho más.
        ¿Se ambientará la próxima obra en las aulas? Extraño que no aparezcan en ningún relato ni en la novela.

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