Fábula autobiográfica o fábula social que nos muestra una vida que no es o que es menos real que la ficción. En cualquier caso un clásico que del que celebramos su centenario con una relectura. Enriquecida por un prólogo, epílogo e ilustraciones.
El prólogo de Juan José Millás nos sugiere un juego de perspectivas para su relectura, así nos propone que cambiemos la perspectiva desde la del propio Gregorio a la de su familia, juego interesante que creo todos lo hacemos, de alguna manera, en una relectura más comprensiva y menos interesada por una intriga ya conocida. También relaciona la obra con la que considera la otra cumbre de la literatura del siglo XX Ulises de James Joyce, haciendo patente el distinto formato y dimensión y cómo según Millás en el cuento largo de Kafka no se aprecian ni las costuras de su construcción , mientras que el novelón de Joyce denota su pretendida laboriosidad.
El epílogo de la traductora Isabel Hernández no muestra su trabajo de documentación histórica. Así nos informa de una primera traducción, apresurada, para Revista de Occidente a la que debemos el título erróneo, según otro traductor: Jorge Luis Borges quien nos explica que no se utiliza el término alemán correspondiente a metamorfosis sino que sería más aproximado la transformación.
Conocido, pero no redundante, es la similitud de las características personales, familiares, profesionales del protagonista Gregorio Samsa y Frank Kafka. Esto se hace más evidente en las descripciones de los espacios físicos, habitaciones, muebles, vistas por las ventanas que parecen coincidir de forma sorprendente estas descripciones con el hábitat cotidiano en Praga.
También nos informa de la manera en que no se han respetado los deseos del autor, en concreto referido a las ilustraciones, y que Franz Kafka explicitó una advertencia en la que temía que se representase el bicho. No sólo no deseaba que se representara sino que no consideraba su obra digna de publicación como así lo refirió a su amigo al que le encomendó la quema de muchos de sus manuscritos. Esto nos hace cuestionar lo adecuado de seguir las recomendaciones del lector privilegiado que es el escritor.
Las ilustraciones de Antonio Santos no sólo respetan el deseo del autor sino que nos introducen en un mundo sugerente e inquietante, con un blanco y negro con un punto frío, que es un correlato más que adecuado para las letras que nos lega Kafka.
Con estas tres innecesarias aportaciones se enriquece y estimula la lectura de esta joven obra de cien años.
El prólogo de Juan José Millás nos sugiere un juego de perspectivas para su relectura, así nos propone que cambiemos la perspectiva desde la del propio Gregorio a la de su familia, juego interesante que creo todos lo hacemos, de alguna manera, en una relectura más comprensiva y menos interesada por una intriga ya conocida. También relaciona la obra con la que considera la otra cumbre de la literatura del siglo XX Ulises de James Joyce, haciendo patente el distinto formato y dimensión y cómo según Millás en el cuento largo de Kafka no se aprecian ni las costuras de su construcción , mientras que el novelón de Joyce denota su pretendida laboriosidad.
El epílogo de la traductora Isabel Hernández no muestra su trabajo de documentación histórica. Así nos informa de una primera traducción, apresurada, para Revista de Occidente a la que debemos el título erróneo, según otro traductor: Jorge Luis Borges quien nos explica que no se utiliza el término alemán correspondiente a metamorfosis sino que sería más aproximado la transformación.
Conocido, pero no redundante, es la similitud de las características personales, familiares, profesionales del protagonista Gregorio Samsa y Frank Kafka. Esto se hace más evidente en las descripciones de los espacios físicos, habitaciones, muebles, vistas por las ventanas que parecen coincidir de forma sorprendente estas descripciones con el hábitat cotidiano en Praga.
También nos informa de la manera en que no se han respetado los deseos del autor, en concreto referido a las ilustraciones, y que Franz Kafka explicitó una advertencia en la que temía que se representase el bicho. No sólo no deseaba que se representara sino que no consideraba su obra digna de publicación como así lo refirió a su amigo al que le encomendó la quema de muchos de sus manuscritos. Esto nos hace cuestionar lo adecuado de seguir las recomendaciones del lector privilegiado que es el escritor.
Las ilustraciones de Antonio Santos no sólo respetan el deseo del autor sino que nos introducen en un mundo sugerente e inquietante, con un blanco y negro con un punto frío, que es un correlato más que adecuado para las letras que nos lega Kafka.
Con estas tres innecesarias aportaciones se enriquece y estimula la lectura de esta joven obra de cien años.
El viernes 15 de mayo de 2015, fieles a la cita, los que teníamos energías y tiempo nos reunimos en el Pecatti di gola, en La Laguna un risotto con boletus enriquecido con pimienta negra, unos sellos de manzana en salsa de queso, secreto, y más platos que disfrutamos aunque no recordemos. Calola, Domingo, Lourdes Maive, Maríajosé y Tomás comimos, bebimos y pagamos una cena a la que yo llegué tarde por ver un partido de baloncesto de mi hijo, incidente del que espero ser disculpado.
Maríajosé justificó su propuesta por lo relevante del aniversario, 100 años de su publicación, por ser un clásico al que siempre se puede recurrir, por lo ambivalente de las sensaciones que produce y cómo varían, pero, sobretodo, por ser breve. Al respecto todos describíamos lo que habían sido de divergente esta segunda, o más, lectura respecto a la primera y cómo habíamos cambiado desde aquella vez que leímos La metamorfosis por primera vez. El que esto escribe recuerda que ha apaciguado aquella urgencia inicial para convencerse que la felicidad era esto: disfrutar de un proceso y no sólo y necesariamente de una conclusión. También, junto con Maive, ya no pretendo justificar racionalmente todo lo detalles, mucho menos buscar razones y explicaciones a lo que es puro desarrollo vital, orgánico.
Lourdes insistió en subrayar lo enriquecedor del epílogo que nos mostraba los paralelismos entre la vida de personal de Kafka y de su personaje Samsa, siendo más significativo en lo referido a los aspectos familiares y laborales. Éstos elementos nos permiten unas lecturas que transcienden la anécdota y nos sugieren nuevas historias aún por contar.
Sin agotar el diálogo sobre la obra de Kafka, MaríaJosé propone la lectura de Bartlerby el escribiente de Herman Melville.
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