Cajacanarias en su cilco de cine, Página 2 en la televisión y varias recomendaciones más no fueron suficientes para iniciar la lectura de este libro. Sólo la recomendación de Lourdes y el consejo de MaríaJosé me decantaron a utilizar mi tiempo en esta lectura. Y su lectura me ha puesto sobre el teclado para manifestar mi opinión antes de que se diluya como todos nos diluiremos.
De disoluciones trata el libro. No de las químicas, ni de las biológicas (varias muertes y enfermedades son descritas con elegancia) sino de las disoluciones en vida. De todas aquellas vidas, de todas nuestras vidas, que no son, no llegan a ser, o no son todo lo que pueden ser por motivos variadísimos: físico, machismo, homofobia, inteligencia, complejos, inmigración...pero que muchas veces se resumen en una que es la causa económica. Salió de la nada. ordinaria, no tine estilo...son términos que en esta novela se desacreditan como descriptivos y los deja en la denudez de la segregación y rechazo que muestran.
La metáfora de la competición no debería sino ser eso: una metáfora. No competimos sino en algunos y limitados apectos de nuestra vida. En ellos el deporte, que no es sino un juego, puede servirnos de ejemplo. En el resto somos producto de la colaboración y si de algo disfrutamos es de formar parte activa y reconocida de una colectividad que empieza por el próximo. En ninguna competcición se termina ganando, siempre se acaba perdiendo, la enfermedad y la muerte son la única realidad que no podemos esquivar. Podemos eludir el dolor y el pesar precisamente por la consciencia de la finitud que da valor al presente. Nuestros miedos nos llevan a atrincherarnos en la seguridad de la normalidad de nuestra mísera riqueza. Los muros del dinero no nos dan seguridad porque no la hay ni la habrá pero nos hacen creernos mejor que los demás, que algunos de los demás, consuelo de tontos que no es sino un mal de muchos. La inteligencia, la fuerza, la habilidad.... de igual forma que el dinero o el prestigio no son sino esas pequeñas tretas que nos permiten continuar en la brecha de una lucha sin sentido por lo que nunca lograremos.
Las manchas de negro en los dedos por el trabajo no nos pueden impedir vivir el gran amor, o el pequeño amor de descubrir el placer que podemos compartir. Y si no es así ya tendremos la literatura para ajustes de cuentas y penitencias preñadas de futuro. Recuerda el caso póstumo de Chirbes. De igual forma esta obra de Strout hace el mismo ejercicio, sin el hedonismo mediteráneo, que en su momento hizo Milena Busquets. En los tres casos tenemos la reconstrucción de un pasado, desde un presente apenado, ajustando cuentas con uno mismo y con los demás en la búsqueda imposible de lo que echamos en falta haber hecho, que se resume en QUERER. Querer y manifestarlo, con mayúsculas y con minúsculas, sin excusas ni atenuantes. Pretender responsabilizar a los otros de nuestra incapacidad para querer y por lo tanto ser felices, es como achacar la culpa de mi delgadez a alguien que muere de hambre. La felicidad, como la inteligencia, no es un producto individual sino un reflejo que captamos en los demás. Seguro que ya no admiramos la inteligencia arrogante del erudito que deslumbra como un sol, en cambio disfrutamos de la inteligencia de aquel que nos hace sentir útiles y vemos ese reflejo como una luna que ilumina pero no ciega ni achica. Lo mismo con la felicidad que sólo puede ser producto del querer, del preferir el bombero al bombardero, un buen polvo a un rapapolvo y la revolución a las pesadillas. Pesadillas recurrentes de que los nazis se levan a tus hijos, como las tuvo la protagonista-narradora. Reflejo del cariño que no les podía transmitir. Sufrimiento compartido ante el tormento, de baja intensidad pero tormento, que inflinge la psicoanalista, desde su conocimiento, a la escritora-enseñante que sufre por no tener respuesta de sus alumnos. O el de pensar que sigue con su marido, con la familia que formó, a pesar del divorcio y nuevo matrimonio de ambos. Parece que todo esta inquietud procede de sus limitaciones para expresar sus sentimientos producto de su origen (sin más calificativo). Me pregunto si no será una manera de eludir la responsabilidad de las propias decisiones ese psicoanalista recurrir al pasado, a la infancia, las ausencias y miedos originarios. En cualquier caso parece que es una fuente literaria, aunque siempre se cuente la misma historia, que no se agota ni nos agota....De estos libros quiero más.






