Juan Manuel me regaló por reyes del 2013 esta lectura prometiéndose divertida. Cierto que es una lectura jocosa e instructiva. No tanto por las tradiciones, normas, costumbres de la religión o mejor, pueblo, judío que no llegan a sedimentarse en la memoria por la tremenda saturación sino por transmitirnos una forma de entender el mundo, una visión que nos ayuda a ponernos en el lugar del otro.
José María, alias Txema, recomendó el libro en el instituto, aunque creo que nadie le hizo caso, excepto yo por ser un regalo de Juan Manuel. Comentando las dificultades que yo tenían ante la lectura, especialmete por la cantidad de términos y denominaciones propias en yidish, me hizo saber que para él no fue tan complicado dada su procedencia melillense y por haber convivido con las tres grandes religiones monoteístas y de libro. Si estás familiarizado con una cultura es más fácil poder reírse de y desde ella. Cosa que pasa con un elemento cultural definitorio, en este caso, como es la religión. O como puede pasar con las familias o, incluso, con uno mismo: es posible que nos riamos de nosotros, de nuestras cosas, de nuestros padres,...pero ¿los demás pueden hacerlo? O será al revés: sólo el que es extraño tiene la distancia para poder analizar, acción que no puede hacer consigo mismo y los suyos.
En cualquiera de los supuestos me parece que lo judío, e incluso, lo americano son conceptos que van más allá de una religión o nacionalidad para convertirse en un ser en una identidad de la que es imposible distanciarse u objetivarla, incluso con la risa. Prueba de esto es cómo el autor-protagonista pide perdón a Dios por las posibles consecuencias en forma de castigo de sus burlas. Estás identidades judío-americanas hacen intercepción en algunos aspectos como los deportivos y los divertidos ritos propiciatorios.
Siempre daremos la bienvenida a la risa, incluso a la que no entendemos del todo, y al sano ejercicio que es reírse de uno mismo, de tu familia y de tu religión y costumbres.
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