domingo, 18 de septiembre de 2016

"El lector del tren de las 6,27" de Jean-Paul Didierlaurent.

La Cueva del Erizo en la pluma de la psicóloga 
amante de los libros y de las novelas en especial
Mercedes Suero Fernández nos anticipan lo 
que será nuestra próxima lectura.
“El lector del tren de las 6.27”, una historia sensible con aura de cuento.
14 abril, 2015 
Reseña de El lector del tren de las 6.27 de Jean-Paul Didierlaurent. Una recomendación de Mercedes Suero Fernández Seix Barral.
No sólo de clásicos vive el ávido lector. No siempre para obras profundas, introspectivas y reflexivas tenemos la cabeza preparada. Afortunadamente siempre hay algún libro que se posa delante de nuestros ojos mandándonos la energía adecuada, diciéndonos: “vale, no soy una obra maestra, pero no me hace falta, vas a pasar un buen rato conmigo porque soy una lectura amable y sencilla.” Y justo en ese instante algo te impulsa a leer sin descanso cumpliéndose el principio básico del libro adecuado, abstraerte de tu realidad. Pues justo esto me ha pasado con El lector del tren de las 6.27. Una portada distinta, un título impactante hace que me decida por él y descubra la vida de Guibrando Viñol, un hombre cualquiera con una vida cualquiera, que como tal, encierra maravillosas casualidades que harán de ella una historia digna de contar. Y es que en la vida más mediocre puede aparecer el momento más inolvidable.
Guibrando Viñol trabaja en la STRN (Sociedad de tratamiento y reciclaje natural) haciendo justo lo contrario a lo que le gustaría. Tritura libros en una máquina abominable a la que llama “la cosa”. Sus únicos amigos son Yvon, el señor de la garita que habla en versos alejandrinos y Giuseppe, un antiguo empleado que sufrió un trágico accidente. Sin contar al único ser que le hace compañía cuando llega a casa, un pez rojo al que le cuenta sus vivencias del día en ese lugar que detesta y necesita. Su única manera de rendir homenaje a todos esos libros destruidos es salvando hojas sueltas que “la cosa” no llega a engullir. Así, cada mañana, cuando coge el tren, lee en voz alta esos párrafos inconexos para deleite del resto de pasajeros. Pero un día encuentra algo nuevo, es un pendrive extraviado donde se recoge el día a día de una misteriosa Julie a modo de diario. Sustituye el texto a leer por el de la chica y comienza su búsqueda.
Jean-Paul Didierlaurent se mete en la piel de una persona anodina y sin ilusiones, que vive como un autómata la vida que le ha tocado, en soledad, intentando mostrar una imagen más optimista y triunfadora de sí mismo a los demás que no es real. Su realidad inmediata es lo único que tiene y gracias a un hecho fortuito todo cambia en él, su manera de ver la vida y sus ganas de vivirla. Esta novela sencilla es una muestra sobre la importancia de las percepciones de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Cómo puede cambiar el paseo que todos damos por la existencia en función de lo que queramos conseguir, de cómo queramos ser. Las ilusiones, queridos lectores, que son capaces de convertir la vida más gris en el arco-iris existencial que impulse cada paso. Donde por supuesto, el amor tiene un papel protagonista.
El lector del tren de las 6.27 no es una obra maestra, tiene algunas informaciones descentradas, personajes que no sabemos muy bien qué aportan a la trama y quizás falte un poco más de narración en la parte que más atrapa, pero es una historia bonita y original, muy sensible, con un lenguaje sencillo y con un aura de cuento moderno que nos regala ese final propio del género. Una historia humana y bienintencionada en la que merece la pena entretenerse y que nos entretenga.






Parece mentira que el fenómeno de la lectura, en sus orígenes, fuera en voz alta y en público. La reflexión pausada y privada en lo que ha derivado hace que muchas veces echemos en falta esa vertiente originaria. Quizás los informativos radiofónicos y televisivos sean una manera de que la lectura pública y en alto continúe. Esperemos que se extienda y cuando alguien lea para sí mismo se sienta en la libertad de hacer comentarios en alta voz y públicamente, y , de forma recíproca, poder preguntar al lector silencioso e invitarlo a que rompa ese silencio no siempre deseado.
La penosa destrucción de libros parar dinamizar el ciclo industrial, no por la censura a la manera Farenheit 411. Es el punto de partida de una novela que bascula entre el género de terror, máquina cruel y asesina, y la descripción de la cotidianeidad solitaria. O mejor: relaciones incompletas y perfectas en sus limitaciones y parcialidad. Estupendas relaciones que se limitan a un aspecto concreto de nuestra vida, en general aficiones o trabajo, pero que no superan la prueba del algodón cotidiano.Todo quedaría en un nsayo industrial o sociológico si no fuera por la varita mágica de laliteratura que es capaz de convertir la sosa realidad en un cuento de hadas, o carta a los reyes magos, mediante la fantasía. Película de Dysney  a lo Pretty woman capaz de dibujar sonrisas y hacer lo malo menos malo y lo bonito más bonito.



     Acabando octubre, el 28, de este año 2016, un viernes de calor otoñal y con varias bajas por enfermedad, achacables más a nuestra meridiana edad (ronda la mitad de los cien) que a las inclemencias del tiempo o al cansancio laboral, nos reunimos, la no despreciable cifra de cuatro personas, en un local que insultaba all agradable clima canario e imitaba lejanas tierras laponas con su aire acondicionado, al tiempo que retaba a Eolo a cambiar sus suaves alisiso por una tormenta canariona mediante un erupto de fritanga al aroma de cochino negro. Estas provocaciones al clima no entretuvieron más que unas frases de los interesantes discursos de Domingo, Lourdes, Luis y MaríaJosé; ya que el libro centró todo el interés (exceptuando los obsesivos kilos de alguna autolimitada comensal). Para amenizar la velada la musica en directo evitaba que nuestros pensamientos pacieran en las verdes praderas del silencio. 
      Todos estos trucos hicieron que disfrutaramos más de una comida que sorprendió en varios aspectos. Por ejemplo: Ensalada de potas que, para disgusto de Lourdes, eran más potas que ensalada pero para alegría de Luis, las potas estaban de escándalo, Domingo disfrutó especialmente de un hilito de mojo rojo buenísimo, mientras MaríaJosé recordaba a un tal Dukan. Un pulpo frito, quizás demasiado, dormía su último sueño en la paz de unos vegetales de sabor y textura excelentes entre los que destacó el dulzor de la batata. El bacalao rebozado entre rodjas de pasta nos gustó unanimemente convenciendo a algún esceptico. El cochino negro, con mucho tocino incluso para Domingo, convenció a la experta en carnes Lourdes, lástima de papas fritas que no llegaron al nivel. Todo esto Fincas Resalso, crema de orujo(no orujo, una pena) y 15 euros completaon una cen conl unares pero de calidad del mesón Cervantes que a pesar del nmbre parece seguirla senda marcada por El Archete en la renovación de la cocina y productos canarios.
        Antes de nuestra digestión comentó Lourdes la desmesura escatológica de las descripciones de los procesos digestivos de la máquina deboradora de libros. Resaltó lo que consideró un desequilibrio tendente a la fantasía, Domingo lo consideró adecuado en tanto nos introduce en los miedos y pesadillas de los personajes y enriquece estilíticamente la obra. Lourdes no sólo no consideró adecuada la heterogeneidad de estilos sino que incluso lo consideró un amanerado y esteril ejercicio de estilo que no aporta sino el lucimiento del autor. El resto de los comenssales disfrutaon de esta variedad, en especial de los documentos del pen drive, que aportaban una óptica distinta ala del narrador. Lourdes consideró que eso microrelatos estaban introducidos de forma poco fluída y rompían con la posibilidad de una obra más redonda y estructurada con unos valores literarios más meritoros. A pesar de eso valoró el lenguaje rico y si complejos que no elude de términos poco comunes para ganar en precisión, así como la lograda traducción. Los alejandrinos anacrónicos ponían el contrapunto de la narrativa tan fluída.
      Todos coincidieron en el engaño inicial de la obra que de novela de terror gótica va tendiendo a la comedia urbana con tonos románticos, esta deriva es epecialmente acentuada a partir del 50% del libro. Este detalle resultó especialemte disfrutado. Lo cómico de las viejitas en su asilo recordo a las películas del género. Lo amorosito del final dejó un rato recuerdo que miniminazaba las posibles carencias literarias.
        Tras la elección de la nueva obra a discutir, Me llamo Lucy Barton de Elizabeth Strout y de la fecha, 25 de noviembre de 2016, nos fuimos. 
          Hasta luego.

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