Lourdes nos invita a leer este comentario de El País sobre Herejes, última novela de Leonardo Padura. Más abajo, en esta misma entrada María José hace algo parecido.
Leonardo Padura y la aventura de un ‘rembrandt’
El escritor cubano Leonardo Padura resuelve en 'Herejes' el misterio de 'Cabeza de Cristo' con su personaje Mario Conde
AURORA INTXAUSTI Madrid 18 SEP 2013 2
No es una novela policíaca al uso, ni Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha tratado que Herejes (Tusquets) sea una obra de género, aunque haya utilizado a su investigador Mario Conde para adentrarse en los vericuetos de la Historia, atravesar varios siglos y seguir la pista de un cuadro del gran pintor holandés Rembrandt. Hay muchas horas de investigación y estudio detrás de la última novela de este escritor “estoy seguro que no debo ser el autor más talentoso de mi generación, pero sí que tengo una gran capacidad de trabajo. Tenía un tablero de ajedrez con distintas fichas y era difícil saber qué dirección seguir. Llegó un momento que lo tuve claro y me lancé de lleno a entrelazar la trama de Herejes”. Cuando habla Padura se apasiona con los dos temas que ha tenido que investigar para armar su libro y del que reconoce que sabía muy poco: el universo judío y la pintura de Rembrandt.
El lector se encontrará en Herejes una narración en tres tiempos: siglo XVII que es cuando Rembrant pinta Cabeza de Cristo y la obra pasa a manos de la familia Kaminsky; siglo XX cuando tres descendientes de esa familia huyen de la Alemania nazi portando el cuadro en el barco Saint Louis junto a más de novecientos judíos con destino a La Habana. En el muelle esperan Daniel Kaminsky y su tío quienes contemplan con horror como el barco, después de pasar varios días fondeado frente al puerto, es obligado a regresar a Alemania. En 2007 el hijo de Daniel, Elías, se entera de que el lienzo sale a subasta en Londres y decide viajar de Estados Unidos a La Habana para que alguien se encargue de seguir el rastro de Cabeza de Cristo. Ahí es entonces donde interviene el investigador Mario Conde.
“Creía que utilizar a Conde era lo más apropiado para mi trabajo literario. A través de sus ojos y de su investigación se perciben pinceladas de la figura de Rembrandt, un maestro que tenía como uno de sus grandes objetivos pintar a Cristo al natural, hasta tal punto que el rostro que aparece en ese cuadro es la de un judío de su barrio, del que se desconoce la identidad. Y la larga travesía que ha tenido que realizar el pueblo judío a lo largo de la Historia. Trato de ser muy respetuoso por el dolor padecido en el tiempo”, puntualiza el escritor. No tiene reparos en reconocer que ignoraba totalmente las técnicas pictóricas que utilizaba el maestro holandés para realizar sus cuadros. “Ahora creo que lo sé casi todo sobre Rembrandt. La obra La ronda de noche no se llamaba así originalmente porque sus integrantes se encuentran bajo un intenso rayo luz pero los barnices que utilizaba hizo que la pintura pareciese que la escena se desarrollaba por la noche”, apostilla con cierta sorna.
Autor de novelas de género negro reconoce que se ha registrado en los últimos años una excesiva publicación de ese tipo de obras “sobre todo por la ola de frío que nos llegó de los nórdicos que bajo el manto de un género han viajado buenos escritores y otros que no lo son tanto. Y lo mismo ha ocurrido con los que escriben en castellano. En los ochenta y noventa se crearon obras más ambiciosas de las que se están publicando actualmente”. Padura asume que es un género que al escritor le permite tocar todos los temas que preocupan a la sociedad actualmente: violencia, corrupción, crimen organizado…”Es difícil escribir de México sin tener en cuenta el narcotráfico; de España sin abordar la corrupción política; del emergente Brasil sin adentrarse en los índices de pobreza y las revueltas populares…Y en ese panorama han destacado buenos autores como Henning Mankell o Petros Markaris y otros con trabajos mediocres”, destaca el escritor.
El recién nacionalizado español, aunque se considera un escritor cubano, habla sobre la situación literaria en su país donde en estos momentos no existe una cantera de escritores fuerte como la que se registró en los noventa. “Fue el despertar de la novela cubana con la que se generaron espacios de libertad. Actualmente faltan obras y a ello hay que añadir la crisis económica en Europa que no ha favorecido la publicación de obras literarias de mi país. Hay una generación de autores posteriores a la mía como Karla Suárez, Wendy Guerra, Gerardo Fernández o Alberto Guerra que están haciendo cosas interesantes pero con grandes dificultades para adentrarse en el mundo editorial. La situación es complicada y hay que ir capeando el temporal”. Padura sostiene que la mejor de sus obras es La novela de mi vida(Tusquets) y precisamente ha sido la que peor suerte comercial ha tenido “uno a veces trata de que su trabajo sea redondo, pero cada uno lo vemos de distintas perspectivas”.
Este escritor, gran aficionado al béisbol mucho más que al fútbol, reivindica su identidad cubana porque es ahí dónde está su memoria y sus conocimientos que le permiten fabular en la literatura. Considera que ante la dictadura castrista la sociedad se ha vuelto “cínica. Dicen una cosa y hacen otra totalmente diferente. Su comportamiento es soez, agresivo, petulante algo que tiene muy poco que ver con la esencia cubana. Y de ahí el nacimiento de tribus urbanas que no ven la otra orilla y desconocen de la que parten. Están en tierra de nadie”.
María José nos ofrece la reseña de la última novela de Padura, Mario Conde nos sigue convenciendo todavía. Esta presentación fue publicada en Elemental el blog de novela negra de El País.
Herejes: Padura, o la mezcla perfecta de novela histórica, social y policíaca
En 1939 el S.S. Saint Louis estuvo fondeado varios días
frente a La Habana. En él viajaban 900 judíos que tenían la esperanza de
encontrar en Cuba un lugar del que escapar de la barbarie nazi. La familia del
niño Daniel Kaminsky, que esperaba en la orilla con su tío Joseph, tenía un as
en la manga para conseguir quedarse: un pequeño lienzo de Rembrandt que había
pasado de generación en generación y con el que tenían la esperanza de comprar a
las autoridades cubanas. Pero nada salió bien, los judíos fueron enviados de
regreso a una muerte segura en Europa y el cuadro desapareció.
Ese es el fascinante y crudo punto de partida de Herejes, la última novela de Leonardo Padura (La
Habana, 1955) que Tusquets publica el 28 de agosto y de la que hoy ofrecemos en exclusiva el adelanto del tercer
capítulo.
En 2007, un descendiente de aquellos judíos pide a Mario Conde, ex
policía, librero y a veces detective, que aclare qué ha pasado con el lienzo,
que aparece en una subasta en Londres. Nos embarcamos entonces en una aventura
que no da respiro, un relato del dolor de los judíos a lo largo de los siglos,
de la desesperación de los cubanos, de la avaricia y la desdicha. La mejor
novela de las ocho que ha escrito Padura con Conde como protagonista.
Herejes es una novela sobre el dolor. El de la pérdida de
los seres queridos, el de la pérdida de la esperanza, de las ilusiones. El dolor
del desarraigo, de la frustración por no poder ser lo que se quiere. Se trata de
una obra compleja, con saltos temporales, de la Cuba de la década de los 50, a
la de los primeros años revolucionarios, pasando por el Amsterdam del XVII, con
su efervescencia pictórica y su tolerancia religiosa. Escenarios de cambio
político y social elegidos y combinados de manera magistral por el autor de
El hombre que amaba a los perros (Tusquets), que viaja
hasta esos Países Bajos que siguen luchando contra España para explicar el
origen del lienzo pintado por el gran maestro holandés, que usa como modelo a un
judío que se rebela contra las prohibiciones de los suyos. Porque
Herejes es también eso: un conjunto de seres que luchan contra la
dictadura en todas sus formas, que buscan la libertad individual por encima de
cualquier cosa.
Conde, más melancólico, más
enfadado, mejor
Y ahí entra un Mario Conde más desengañado y cínico que nunca. Una
figura algo desesperada pero no desesperanzada que es contratado por el hijo de
Daniel, Elias, un judio neoyorquino, artista, grandote y honesto que quiere
saber qué pasó con el lienzo y, aunque no lo confiese, quién se lo quedó y mandó
a sus abuelos y a su tía Judith a la muerte. Conde, que se define como “un
comemierda con dos doctorados” acepta el encargo para ganar unos buenos dólares,
pero dice de sí mismo: “Yo no soy detective. Fui policía y ahora no soy
nada”.
A través de los personajes, la obra analiza más y mejor que otras
anteriores de la serie la situación de Cuba y la pérdida progresiva de toda
esperanza.
“A sus 54 años cumplidos Conde se sabía un pragmático integrante de la que años atrás él y sus amigos calificaran como la generación escondida, los cada vez más envejecidos y derrotados seres que, sin poder salir de la madriguera habían evolucionado, (involucionado, en realidad) para convertirse en la generación más desencantada y jodida dentro del nuevo país que se iba configurando. (...) Apenas les quedaba el recurso de resistir como sobrevivientes”.
¿Y qué país es ese? Pues uno que ha ido de la esperanza al
desencanto, la miseria, el ahogo y la corrupción. O, en palabras de Conde:
“Coño, Manolo, me parece que voy a cumplir cien años. No entiendo ni timbales.Tanto que nos jodieron la vida con, el sacrificio, el futuro, la predestinación histórica y un pantalón al año, para llegar a esto…”
Para los fans del que fuera 10 años policía en La Habana,
tranquilidad: sigue siendo un amante de los libros, sigue soñando con escribir
esa novela parecida a las de Salinger, sigue disfrutando de la vida con las
comilonas que prepara la madre de Carlos El flaco y “hablando mierda” con los
amigos y sigue, aunque él no termine de comprenderlo, con la apabullante
Tamara.
FOTO: El escritor cubano entre burgueses
neerlandeses del siglo XVII
El mayor mérito de la novela es que, al tiempo que disfrutamos del
mejor Conde, nos muestra con crudeza y realismo lo peor de la persecución y las
matanzas de judíos en el siglo XVII, una narración conseguida a partir de “una
exhaustiva investigación histórica y con documentos históricos de primera mano”,
en palabras del propio Padura, y nos mete de lleno en la realidad cubana,
compleja y dura.
No se puede contar mucho más sin estropear la trama. Sólo decir que
en la resolución de las historias, como en cada novela de Conde, como en la
vida, hay una dosis de dolor y otra de esperanza. Y los protagonistas no escapan
impunes. Que la disfruten.
Seguí el consejo de nuestras amigas y contertulias y leí la tremenda novela de Eduardo Padura. Novelón en el sentido de que presume de estructura, de arquitectura que armoniza los distintos niveles temporales, parentescos, localizaciones, biografías.... Disfrutamos de los frutos de la investigación de Padura y nos sentimos más informados y conocedores de la obra de Rubens, parece que ya podemos pasear por Amberes, casi con la misma soltura que por la Havana, conocemos detalles de la diáspora americana de ciudadanos centroeuropeos que contribuyeron a forjar la economía americana y sus dificultades de integración. Todo esto nos hace mejores, más infpormados, más conscientes, pero sólo Mario Conde nos hace sentir, incluso con sus investigaciones, ya no policiales, bibliográficas. El envejecimiento de Mario corresponde con un cambio de formato en sus relatos, lo que antes eran relatos ahora es una novela con la forma de las anteriores El hombre que amaba los perros o La novela de mi vida con amplitud temporal, distintos escenarios, información histórica pero sin Mario Conde.
Quizás hay menos Mario, más vejez, mayor visión amplia a cambio de lo impactante de la apertura a un nuevo mundo literario que nos ofreció Padura en su tetralogía que añoramos.
Seguí el consejo de nuestras amigas y contertulias y leí la tremenda novela de Eduardo Padura. Novelón en el sentido de que presume de estructura, de arquitectura que armoniza los distintos niveles temporales, parentescos, localizaciones, biografías.... Disfrutamos de los frutos de la investigación de Padura y nos sentimos más informados y conocedores de la obra de Rubens, parece que ya podemos pasear por Amberes, casi con la misma soltura que por la Havana, conocemos detalles de la diáspora americana de ciudadanos centroeuropeos que contribuyeron a forjar la economía americana y sus dificultades de integración. Todo esto nos hace mejores, más infpormados, más conscientes, pero sólo Mario Conde nos hace sentir, incluso con sus investigaciones, ya no policiales, bibliográficas. El envejecimiento de Mario corresponde con un cambio de formato en sus relatos, lo que antes eran relatos ahora es una novela con la forma de las anteriores El hombre que amaba los perros o La novela de mi vida con amplitud temporal, distintos escenarios, información histórica pero sin Mario Conde.
Quizás hay menos Mario, más vejez, mayor visión amplia a cambio de lo impactante de la apertura a un nuevo mundo literario que nos ofreció Padura en su tetralogía que añoramos.
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