Marcos Ordoñez nos muestra su admiración por James Salter en El País. Nos invita a leerlo, con especial mención a la novela de la tertutulia
Año luz.
Dios bendiga a James Salter.
22-11-2012 Marcos Ordoñez.
A menudo se dice que un gran escritor no puede pasar inadvertido. Es mentira. Entre innumerables ejemplos refulge el caso de James Salter, a quien el reconocimiento le llegó cumplidos los setenta. Cuesta de creer que libros tan extraordinarios como Años luz o Juego y distracción tan solo vendieran unos pocos miles de ejemplares en la inmensa Norteamérica, y que todavía se hable de él como de un “escritor para escritores”, eufemismo para indicar que solo interesa a cuatro gatos. Salter comenzó a ser mínimamente conocido por sus dos libros de cuentos (había cumplido los ochenta cuando publicó el segundo, el magistral y definitivo La última noche) y por sus grandísimas memorias,Quemar los días, que debo de haber releído una docena de veces. Susan Sontag decía: "Quiero leer absolutamente todo lo que escriba Salter". Yo he leído incluso Life is meals: a food lover’s book of days, el breviario que escribió con su esposa Kay, donde las recetas alternan con las reminiscencias de maravillosas comidas en París, en Roma, en Aspen, en las casas de sus amigos. Entre ellos, Alfonso Armada y Corrina Arranz, de quien ofrece su receta de gazpacho segoviano. Y pido desde aquí que alguien reedite Años luz, porque la edición de El Aleph está inencontrable, y la primera traducción de Sudamericana es directamente ilegible.
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Las negritas no son responsabilidad del autor, sino que pretenden resaltar las alusiones a la obra sobre la que vamos a realizar la tertulia, por lo que se lo debemos a a Margarito.
nos resume el libro así:
Viri y Nedra Berland son un matrimonio perfecto. Viri es arquitecto, un artista modesto, un padre esmerado, amoroso, nunca será rico pero los suyos nunca pasarán hambre. Nedra es un tipo excepcional de mujer, un misterio. Tienen dos hijas: Franca y Danny. Viven en las afueras de Nueva York, en una gran casa junto al río; tienen un perro enorme, Hadji, tienen conejos, gallinas, un poni. Organizan fiestas, cenas, meriendas y picnics; van a restoranes, galerías de arte, cines. Tienen amigos: Arnaud y Eve, Peter y Christine, Robert y Kate. Tienen una vida matrimonial, eso que podría ser entendido como el sueño realizado de toda una sociedad, la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX. Una tarde, en el jardín de los Berland, Arnaud mira la casa, el perro, la familia, y le dice a su amigo Viri: “Eres un hombre con suerte (…) Has llegado a puerto (…) Te mueves en una realidad más amplia que otros hombres, Viri. Podría poner ejemplos, pero es patente. Es una especie de paraíso”. Este paraíso se sostiene gracias a una buena dosis de sensatez, represión y discreción, tanto por parte de Viri como de Nedra. Para ambos, lo primero son sus hijas. En cierto modo, ellas son la razón, justificación y sentido de su existencia como pareja y como individuos. Nedra tiene un amante estable: Jiván, amigo íntimo de la familia (incluso pasa Navidad con ellos). Viri conoce a una jovencita, Kaya. No hablan abiertamente de esto, pero no se trata de un engaño, sino más bien de conductas decorosas y circunspectas. Nedra y Viri están escindidos, han aceptado que la pasión ha sido expulsada del matrimonio, pero no pueden dejar de lado todo lo demás, aquello que no puede existir dentro de la pasión y que, en cambio, necesita al matrimonio para protegerlo igual que un establo protege a un caballo (al mismo tiempo que lo mantiene cautivo). Esto es Años luz, la historia de un hombre y una mujer, la forma en que comparten su juventud, su belleza, su fuerza; la manera en que se pierden. El título es un hallazgo connotativo, remite tanto a la fugacidad de los mejores años como a su luminosidad, su lejanía, su carácter difuso, inapresable. Es un gran título.
No hace falta alagar para mostrar lo interesante de la novela:
Salter narra veinte años de vida en 400 páginas. No es exhaustivo, de hecho, su talento es episódico, de modo que la novela se estructura en cinco partes formadas por unos cuantos fragmentos breves, historias que conservan su valor autónomo. Hay algo poderosamente coherente en la obra de Salter, algo que hará que un lector comprenda perfectamente la manera en que cada pieza se articula con las demás, muchas veces, con variaciones mínimas, casi con un efecto de acumulación. Quiero decir que al final, Salter siempre está hablando de lo mismo y lo está haciendo siempre de la misma forma: cuentos, novelas, autobiografía, da igual, Salter no es un escritor de registro amplio. Como lector, podría aventurar una presunción: Salter no confía realmente en su talento, por lo que ejerce un fuerte control sobre él, como si supiera que tiene sólo esa naranja y no puede desperdiciar nada de ella, ni una gota de jugo. Más allá de ciertos rasgos previsibles de su prosa, el estilo de Salter parece especialmente ajustado para hablar de sus temas elegidos: el valor de la grandeza, la fama, el éxito, la fragilidad de los sentimientos, lo fácil que se rompe un corazón, la fugacidad de la belleza, los esfuerzos de las personas por otorgar sentido a sus vidas tan trágicamente breves. La forma: encadenamiento de frases cortas (unidas no siempre por un evidente sentido lógico), descripciones de personajes a través de un puñado de detalles menores (especial fijación con las dentaduras y la piel), uso casi obsesivo de la descripción paisajística y de ambientes (con un esmero muy marcado en la luz solar). Lo mucho que Salter describe el paisaje contrasta con su lenguaje, sintético casi hasta la parquedad, cuando trabaja sobre los diálogos o la introspección.
Años luz es una historia mínima, la historia que podía asomarse en cualquiera de los cuentos de Anochecer o de La última noche, pero a la que se le ha prestado más tiempo y atención, hasta dotarla de más caladura. Es una novela superior a Juego y distracción, con la que, sin embargo, está tan unida. Hay algo notorio en ella: su personaje más importante es Nedra, su desarrollo es más profundo y complejo que el de Viri, porque, de hecho, su psicología lo es. No podemos evitar ver en ella a la encarnación de un momento histórico de lo femenino, la mujer que trasciende su deseo de realización conyugal, que encuentra un valor superior a la felicidad en la libertad. La valentía que hace falta para moverse de un mundo a otro es inmenso; el precio del desplazamiento: desgarrar su vida anterior (Nota: Años luz es de 1975; Kramer vs. Kramer, el film de Robert Benton, de 1979).
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"Las cicatrices dividen la vida como los anillos de un árbol. Qué juntos parecen los más antiguos, el tiempo los comprime, veinte años no se distinguen entre sí.
Ella había entrado en una nueva era. Todo lo que pertenecía a la antigua había que sepultarlo, arrumbarlo. La imagen que tenía de Arnaud con el ojo tapado con un vendaje espeso, las contusiones profundas, su dicción lenta, como un tocadiscos que pierde velocidad: eran heridas de mal agüero para ella. Señalaban los primeros miedos de la vida, la malevolencia que formaba parte de su savia, y que no tenían explicación ni cura. Nedra quería vender la casa. Estaba sucediendo algo en cada pedazo de su existencia, empezaba a verlo en las calles, era como la oscuridad, de pronto se percataba de ello: cuando llega, llega a todas partes."
Como se puede apreciar y disfrutar con el testimonio fotográfico, nos reunimos en el restaurante peruano de la calle La Rosa: Calola, Domingo, Lourdes, Maive y María José. Allí comimos a gusto y buen precio, incluso se puede decir que el gusto fue mayor que el precio.
Parece que podemos establecer la ley de la proporcionalidad inversa entre el volumen del libro y el número de comensales, así a mayor tamaño del libro, menor número de tertulianos. Con la misma mentalidad científica podríamos establecer otra ley de Perogrullo: a menor número de comensales menos problemas de comunicación oral, más si hay intención de conversar y disfrutar de la compañía. Esto se dio de forma clara.
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El primer problema que me planteo la obra, no necesariamente a las demás, es si debemos pensar en: ¿Nedra y Viri o en Viri y Nedra? Como es buena costumbre cada cuál que piense lo que quiera pero en principio y la mayoría parecen pensar que Nedra es la guía y el personaje en quién primero pensamos. La narración parece descansar en Viri, aunque sea para continuarla más allá de la muerte de Nedra. Las simpatías y antipatías se repartieron según los opinantes y según los personajes y acciones de ellos.
Lo que sí resultó unánime es la valoración como interesante y estimulante de la variedad de puntos de vista del narrador. Además de esto la descripción de situaciones, estado de ánimo y. especialmente, emociones se destacó por lo precisa y efectiva, ya que sentíamos sin necesidad de los abusos de otros escritores. Lo que parece común a muchas de las novelas es la multiplicidad de espacios geográficos, la importancia de las arquitecturas domésticas, que parece contribuir a transmitirnos la multiplicidad emocional y al vacío existencial que circunda el objetivo inmediato del éxito social.
Sin mucho entusiasmo se decidió Niños en el tiempo Menéndez Salmón para la próxima tertulia del seis de junio de 2014, sin determinarse el lugar.
Lo que sí resultó unánime es la valoración como interesante y estimulante de la variedad de puntos de vista del narrador. Además de esto la descripción de situaciones, estado de ánimo y. especialmente, emociones se destacó por lo precisa y efectiva, ya que sentíamos sin necesidad de los abusos de otros escritores. Lo que parece común a muchas de las novelas es la multiplicidad de espacios geográficos, la importancia de las arquitecturas domésticas, que parece contribuir a transmitirnos la multiplicidad emocional y al vacío existencial que circunda el objetivo inmediato del éxito social.
Sin mucho entusiasmo se decidió Niños en el tiempo Menéndez Salmón para la próxima tertulia del seis de junio de 2014, sin determinarse el lugar.
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