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cultura.elpais.com/cultura/2012/12/05
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Los años de la II Guerra Mundial, los tiempos oscuros de la Gran Depresión, la rigidez moral de los cincuenta, el gran cambio que sobrevino muy poco después, están presentes de un modo u otro en las historias del último libro de Alice Munro, Dear life. El contraste del ayer lejano y el ahora ha sido siempre uno de sus motivos centrales, y con él la brusquedad de los cambios, en las costumbres y en las vidas, la libertad conquistada o encontrada, sobre todo para las mujeres, y junto a ella una desolación o una crudeza que habrían sido como el reverso inevitable de todo lo que se ganó: las calles vacías y las tiendas cerradas en el corazón de las pequeñas ciudades arruinadas por la omnipresencia del coche y de los centros comerciales; los viejos que ayer mismo eran fuertes y jóvenes extraviados en espacios impracticables que no comprenden; los nombres y las vidas de los muertos que se disuelven rápidamente en un olvido que será definitivo cuando desaparezcan también los últimos que los recordaban, o cuando el Alzheimer les vaya borrando la memoria.
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Ahora, a los 81 años, es lícito que en sus historias, las inventadas y las otras, prevalezca el pasado. Eso no quiere decir que Alice Munro capitule a la nostalgia. Incluso su agudeza es ahora más afilada porque ha ido todavía más lejos en el despojamiento de su escritura, que ahora tiene brevedades lapidarias, frases comprimidas sin verbo y párrafos que consisten en una sola palabra y un punto y aparte. Una palabra del todo común o un nombre propio le bastan para titular la mayoría de los cuentos: Amundsen, Gravel, Haven, Pride, Corrie, Train, Dolly, Night, Voices. En cada uno de ellos están las fronteras visibles o secretas a las que se asoma cualquiera en su vida, las que se dejan atrás y las que nunca llegan a cruzarse, las que separan desde el nacimiento a los seres humanos, en pobres y en ricos, en hombres o mujeres, en atrevidos o cobardes; la frontera entre el que vive en la ciudad y quien ve sus luces desde lejos, entre el momento anterior a un encuentro definitivo y lo que viene después, entre los actos imaginados y los actos cumplidos, las palabras dichas y las que se quedan en el silencio.
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No son grandes experiencias, o no aparentan serlo. Ni siquiera son historias con tramas definidas, con principio final. Casi nada sucede en ellas, salvo las sensaciones de la infancia, esa mezcla de percepción muy viva e información fragmentaria que llena de misterios unas veces confortadores y otras amenazantes la vida de un niño. Y la lectura que piden no es la de la prosa sino la de la poesía: un regreso al principio después del final, una revelación de algo que no se agota porque está en las palabras y un poco más allá de ellas.
El viernes 13 de septiembre de 2013, desafiando las supersticiones, nos
reunimos embarcándonos en una comida con los que llevamos casados varios años.
En la Tasca Tata cenamos unas
bolitas libanesas, croquetas de espinacas y de setas, secreto a la plancha con
salsa, postres entre los que destacaba la bomba de chocolate y sólo dos
botellas de vino. 19 euros pagaron Ana, Calola, Cristi, Domingo, Lourdes, Luis,
Maive y María José. Ángeles, Isabel y
Begoña excusaron su ausencia.
En esta ocasión las discrepancias en las opiniones parecían coincidir
con las distintas formas de lectura. Así Lourdes se leyó el libro dos veces,
prueba de lo mucho que le gustaron los relatos, ese fue el deseo de Luis al que
con una lectura le resultó insuficiente para disfrutar de los matices de la
obra. En cambio, otros no llegaron a terminarlo, entre otras razones por el
poco interés que les despertó el libro. Lo curioso es que siendo relatos
distintos y sin continuidad, salvo los cuatros últimos encuadrados bajo el
título de Finale que a pesar del carácter autobiográfico, en
primera persona, no sirvieron para consolidar las simpatías de los lectores,
las valoraciones eran parecidas, dándose
un fenómeno curioso: se empezaba a hablar de algún relato sin valorarlo
especialmente para, a medida que se seguía la conversación, se mejoraba su
consideración. Esto ocurrió de forma especial con el primer relato Volver a Japón. El relato que resultó más
efectivo por la atmósfera en la que lograba introducirnos nos pareció A la vista del lago, en el que viajamos
con una mujer mayor en busca de una receta y médico. En Admusen nos irritamos ante la pasividad ante las actitudes
machistas y de ninguneo de la mujer que nos muestra. En Santuario se nos crean emociones ambiguas ante los personajes de
los que valoramos especialmente su evolución. En Tren se nos ofrecen pistas, en ocasiones falsas, para que recreemos
un relato más complejo de lo que parece en principio.
Esta obra no gustó de forma unánime, a pesar de ello se disfrutó,
algunos lo consideraron pesado y de escaso interés, estimuló la discusión y el
hablarlo mejoró la valoración. A diferencia de otros maestros del relato que
hacen de éste una anécdota, incluso en ocasiones chiste, que se quedan prendados con intensidad en
nuestra memoria, en estos relatos se trabaja la estructura, compleja en muchos
casos, con unas arquitecturas casi novelescas de las que disfrutamos, a pesar
de dificultar la vinculación emotiva. Lo diverso de los relatos y los recursos
utilizados, como los narradores que en casos es omnisciente y en otros primera
persona, no ocultaban ciertos temas que recorren transversalmente la variedad
de relatos; familia, pareja, sexo poco disfrutado y poco comunicativo, guerra,
paisaje rural y urbano, cierto desapasionamiento y dificultad de comunicación y
empatía…..Un mundo nuevo que seguiremos descubriendo en nuevas lecturas. La
pregunta pendiente es si recordaremos esta obra o se nos diluirá en la memoria
en forma de ambientes difuminados.
Tras
un inexistente debate se propuso y aceptó El
sentido de un final de Julian Barnes para la próxima tertulia que será en La Bicoca el viernes 25 de octubre con
la novedad de la asistencia por primera vez de Nieves y Estíbaliz.
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