Siguiendo
las mismas guías: azar y curiosidad, lo leí y busqué referencias
en internet. Una de las más interesantes es la siguiente de Rodrigo
Pinto desde Chile publicada en su blog lecturasylibros.blogspot.com.
Buena
excusa para pensar, escribir, compartir y...lo que se preste.
Bado 2 de junio de 2007.
Savater y la crítica.
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Este año 2007 se cumplen 25 años desde el estreno de la película, efemérides que sin duda dará lugar a una nueva ola de comentarios y discusiones acerca de su influencia en el género del cine de ciencia ficción y sobre cuál es mejor, si la versión de 1982 o el "director's cut" que apareció en dvd y que -creo- es la única disponible en el comercio establecido, que en internet seguramente están las dos y muchas más.
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"El gusto del espectador teatral o cinematográfico, del lector, del aficionado a las artes plásticas, etc., no debe ser formado por el crítico, sino a pesar del crítico y contra el crítico. Cualquier persona sensata sabe que un crítico no es más que otro mirón, aunque con posibilidad de escribir y por tanto obligación de dogmatizar su peculiarísimo gusto. Leer críticas de artes y espectáculos es una afición divertida por la misma razón que hay quien se divierte leyendo horóscopos: porque no existe obligación racional ninguna de hacerles caso.
El buen gusto es algo frágil y cuestionable, pero el malo se presenta de manera inequívoca, vigorosa y constante. Un crítico que ha revelado buen gusto en dos o tres ocasiones puede siempre fallar a la próxima, por lo que sus dictámenes deben ser acogidos cada vez con recelo; pero quien ya ha probado su mal gusto -es decir, quien se empeña en recomendarme lo que no puede gustarme y prohibirme lo que me gusta- es un guía fiel, aunque al contrario. En cuanto tengo localizado a uno de esos turbios adivinos lo aprovecho sin escrúpulo: cada una de sus fobias se me convierte en recomendación y cada una de sus recomendaciones me hace poner pies en polvorosa. Les debo hallazgos inolvidables y milagrosas escapadas.
En cuestión cinematográfica tengo la suerte de que la mayoría de los críticos oficiales tienen un gusto detestable, es decir, para nada coincidente con el mío. Les pongo cabeza abajo, como Marx quería hacer con Hegel, y me sirven muy donosamente como brújula. Gracias a ellos he disfrutado joyas denostadas como El nombre de la rosa (cuanto más semianalfabeto era el censor, tanto más seriamente afirmaba que 'la novela es mucho mejor'), Los intocables, E la nave va..., mientras evité con hábil escorzo ensalzados bodrios como Masacre o Novecento. El mayor regalo, empero, obtenido por este sencillo sistema fue la milagrosa Blade Runner, uno de los mayores esfuerzos metafísicos del cine actual. Como la metafísica a la que me refiero no es la tópica concentración ceñuda del estreñido esforzándose por producir lo que le sobra (según la conocida imagen del Pensador de Rodin), sino la reflexión vivaz y melancólica de la rosa del presente en la cruz del porvenir, fue de inmediato tachada de "efectista" (insulto tan cruel como llamarla "cinematográfica", pues no hay película que no lo sea), "deslavazada", "pretenciosa", y -crimen de crímenes- "superficial. El cine americano ya no es lo que era, comentó algún sesudo sabio que hace veinte años llamaba fascista John Ford y "codicioso artesano" a Hitchcock. Bueno, al menos él sí sigue siendo lo que era: un solemne imbécil."
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La propuesta de libro de Maive venía preñada con película pero, a su vez, estas dos obras de valor autónomo generan multitud de heterogéneas obras de reflexión y recreación artística. Pero lo que parece que podemos afirmar es que nuestro mundo es distinto tras una novela pulp que desde 1968, la supuesta acción se realizaba en 1992 pero en nuevas ediciones se actualizó a 2021, aportó una nueva visión que se concretó en la opera contemporánea en forma de película en 1982 que incluía una envolvente música de Vangelis que dejó su huella en ámbitos como la publicidad, un vestuario que revivía en un futuro remoto elementos clásicos al tiempo que innovaba con creaciones como los abrigos transparentes que ya forman parte de la normalidad, los complementos como los paraguas luminosos, un diseño de ambientes en que se oponían la pulcritud lisa de la Tyrrell con lo barroco y sucio de las calles y viviendas, en unos edificios que combinan construcciones reales con otros supuestos que ya forman parte de las ciudades regadas por una lluvia amenazante y contaminada.
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Echamos en falta, claro está, este y otros libros sobre la obra original ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y otras novelas del, cada vez más adaptado, Phillip K. Dick.